Spectre Ashley Smith
Spectre ha hablado con Yuliya Yurchenko, autora de Ukraine and the Empire of Capital: From Marketization to Armed Conflict (Pluto, 2018). Es catedrática de Economía Política en el Instituto de Economía Política, Gobernanza, Finanzas y Responsabilidad de la Universidad de Greenwich, Reino Unido. También es vicepresidenta de la Critical Political Economy Research Network.
¿En qué condiciones se halla actualmente la población de Ucrania en plena guerra? ¿Cuál es la situación de la resistencia militar y civil a la invasión rusa?
Antes de nada, quiero decir que me encanta conversar contigo y contar la historia de esta guerra y de la resistencia desde un punto de vista ucranio y de izquierda. Creo que todo el mundo sabe que los bombardeos rusos han dañado gravemente ciudades enteras, especialmente Mariúpol, y matado a incontables personas. Sus tropas y ataques con misiles han empujado a muchísima gente a buscar refugio fuera del país y desplazado internamente a un número todavía mayor. Nadie sabe cuántas personas son exactamente.
Millones de habitantes han huido a los países vecinos, donde han recibido acogida y ayuda. Al mismo tiempo, ha habido casos de migrantes y personas refugiadas no blancas que no han sido acogidas o han sido rechazadas en la frontera. Esto ha dado lugar a algunos choques feos.
Actualmente me hallo en Vinnytsia, digamos que a mitad de camino entre Kyiv y Lviv. Se considera una de las ciudades más bien tranquilas de Ucrania. Aquí han caído misiles rusos, pero no con tanta frecuencia como en otros lugares. Han llegado muchas personas desplazadas internamente que se han refugiado aquí y están alojadas en escuelas, hoteles, apartamentos alquilados y casas particulares. Diversas redes y gentes voluntarias les proporcionan comida, ropa y medicinas.
Desde que se declaró la ley marcial y se confiscaron los productos sanitarios para las tropas, el acceso a los medicamentos es un problema agudo. Es realmente difícil conseguir recetas de insulina y medicación para licuar la sangre cuando la gente no puede ver a su médica de familia y escasean los suministros. Así que las personas desplazadas en el interior del país afrontan graves problemas de salud, incluso cuando les ayudan voluntarios. Solo conoceremos la amplitud del daño causado por la guerra después de que esta haya finalizado, pero muchísima gente está pagando un precio enorme en vidas, salud y especialmente salud mental.
No obstante, la resistencia es masiva. Muchas personas se han enrolado voluntariamente en el ejército, más de las que de hecho podían acoger los militares. Quienes no tenían ninguna formación militar fueron rechazadas, de momento. Así que hay una enorme reserva de gente deseosa de unirse a la resistencia armada y que había recibido instrucción de combate en el antiguo sistema soviético. Rusia, en cambio, no puede jactarse de lo mismo. No cuenta con la confianza política ni siquiera para movilizar a las reservas, ya que la población no tiene ninguna razón convincente para luchar, salvo algún que otro mito imperial difícilmente creíble.
Para el pueblo ucranio, en cambio, se trata de una lucha por la existencia. La identidad de nuestro país, los límites territoriales y nuestra existencia misma están siendo atacadas en este preciso instante. Por ello, la solidaridad y la movilización de toda la nación en defensa del país son enormes a pesar de la aplastante superioridad militar de Rusia. La gente no se rinde a pesar del efecto deshumanizador que tiene inevitablemente la guerra, de la violencia sexual y de las imágenes desmoralizadoras, de los vídeos y los relatos de destrucción de zonas enteras del país. Estamos haciendo retroceder la invasión rusa. Es esta resistencia popular a tope la que nos hace sentir muy orgullosas.
Poca gente preveía este nivel de resistencia militar y civil, inclusive quienes suelen ser más optimistas y patriotas en Ucrania. También ha sorprendido a las potencias occidentales, que a mi modo de ver quitaron hierro a la amenaza de invasión rusa y después pensaron que Ucrania capitularía rápidamente. Pensaron que habría una escabechina, pero que todo habría acabado al cabo de un par de semanas. Putin también lo pensó. Por consiguiente, la resistencia ha asombrado al mundo, aunque en realidad no debería haber sorprendido a nadie. Rusia ha provocado una resistencia que está profundamente arraigada en una lucha secular del pueblo ucranio contra el imperialismo ruso.
Una de las cosas que han llamado más la atención es la resistencia en las zonas de habla rusa de Ucrania. Como sabemos, Rusia ha tratado de explotar supuestas divisiones entre la población de habla rusa y la de habla ucrania en el país desde la revuelta de euromaidán a finales de 2013. Se anexionó Crimea y ha venido apoyando a las llamadas Repúblicas Populares de Lugansk y Donetsk. ¿Cómo es la resistencia en las zonas de habla predominantemente rusa?
La resistencia en las zonas rusófonas como Mariúpol ha sido una grata sorpresa. Ha destruido el mito propagado por Putin de que venía a liberar a la población rusoparlante de la opresión fascista. Ahora ya nadie se lo cree. Al mismo tiempo, hemos de comprender cuál es el origen de la división entre ucranioparlantes y rusoparlantes. Se fabricó en la conciencia pública a partir de la campaña presidencial de 2004 y se consolidó tras la revuelta de Maidán en 2013-2014. Aquello fue una revuelta popular que no iba tanto de la adhesión a la Unión Europea como de la oposición a los oligarcas que controlan el país, la brutalidad del gobierno contra los y las manifestantes y la frustración tras décadas de caos y corrupción.
En aquella revuelta, la extrema derecha, que no era más que una parte pequeña de la protesta, desempeñó un papel mayor que su peso numérico en el ámbito organizativo. Los comentaristas de los medios propiedad de los oligarcas prorrusos, y más aún el Estado ruso, exageraron su importancia en la televisión, insinuando que Ucrania había sido arrollada por fascistas. No voy a negar que existe una extrema derecha en Ucrania ni la amenaza que supone, sino que únicamente quiero decir que Rusia y sus aliados exageraron su importancia por razones políticas, lo que les sirvió para justificar la anexión de Crimea y el apoyo a los separatistas prorrusos de Lugansk y Donetsk, muchos de cuyos dirigentes fueron impuestos por Rusia.
Las respuestas populares en Crimea y las llamadas Repúblicas Populares fueron variopintas. No tenemos un conocimiento preciso y objetivo de lo que pensaba la gente, pero está claro que muchas personas temían un ataque a sus derechos lingüísticos, aunque al mismo tiempo muchas querían seguir formando parte de Ucrania. Es una situación muy compleja, que incluso generaba divisiones en el interior de las familias. Muchas personas también estaban preocupadas porque sentían que no tenían futuro en el país debido a la privación socioeconómica que podía comportar un régimen u otro. Los datos sociológicos muestran un cuadro complejo, más allá de los errores marginales o los posibles sesgos.
El conflicto militar entre el gobierno ucraniano y sus paramilitares de derechas en el Donbás exacerbaron estas divisiones, causando toda clase de atrocidades en ambos bandos. La gente huyó de la zona, en gran parte hacia Ucrania, pero también hacia Rusia. Así, la composición de Crimea y las llamadas Repúblicas Populares ha cambiado radicalmente. Sin embargo, esto no significa que todo el mundo en estos territorios esté deseoso de formar parte de Rusia. Sabemos que hay mucha resistencia en esas zonas frente a la invasión rusa.
En Crimea, la población tártara, oprimida bajo el zarismo y el estalinismo, se ha resistido a la represión por el Estado ruso. También hay graves problemas en las llamadas Repúblicas Populares, cuya población se ha distanciado de los separatistas que las controlan. Ha habido desindustrialización y se han clausurado algunas minas, dando lugar a protestas de los sindicatos contra los regímenes separatistas, sufriendo violaciones de los derechos humanos y represión.
En realidad, estas llamadas Repúblicas Populares no son populares ni repúblicas. Actualmente se hallan bajo control semidictatorial y comprometidas con el Estado ruso. ¡Putin ni siquiera se fía de su lealtad y fiabilidad! Así, en los preparativos de la invasión, Rusia comenzó a emitir órdenes a los funcionarios separatistas de estas Repúblicas de prepararse para la movilización de cara al ataque en cierne. No todo el mundo estaba entusiasmado con la idea, ni siquiera los funcionarios. Para imponer su lealtad, Moscú se llevó a sus familias a Rusia, de hecho como rehenes para obligarles a obedecer mediante el chantaje.
Aunque en las repúblicas separatistas hay sectores que se adhieren a Rusia, hay desaprobación y cierta oposición declarada a la guerra. Esto sucede incluso en Crimea, donde a pesar de un apoyo más amplio a Rusia, también existe disensión y oposición.
Distanciémonos un poco en el tiempo de estas dinámicas para explorar las causas subyacentes de la guerra. ¿Por qué es inexacto reducir la guerra a un conflicto directamente interimperialista entre EE UU/OTAN y Rusia? ¿En qué sentido olvida esto la lucha por la liberación nacional?
Reducir esta guerra a un conflicto entre Occidente y Rusia deja de lado a Ucrania y la trata como un simple peón entre las potencias. Este análisis niega toda subjetividad a la población ucrania y nuestra capacidad de actuación en el conflicto. Asimismo, suprime el debate sobre nuestro derecho de autodeterminación y nuestra lucha por la liberación nacional.
Claro que todo esto tiene una dimensión interimperialista, es evidente. Pero también hay una dimensión nacional que es preciso reconocer. Y para reconocerla hay que ponerse la gorra de la mentalidad decolonial. Conviene extraer todas las lecciones de las luchas de liberación nacional en África y otras partes. Incluso en los casos en que estuvieron implicadas las grandes potencias que compiten entre sí, también había la lucha por la liberación nacional de los pueblos oprimidos. Y el pensamiento anticolonial y el liderazgo de las luchas nos enseñaron a darles voz y hacernos eco de sus luchas.
Ucrania está librando una lucha similar. A menudo se olvida que sufrimos siglos de imperialismo ruso, inclusive bajo Stalin, durante el periodo soviético. Hubo cierto alivio en la época de Jrushchov. Sí, se enseñaba la lengua ucrania en las escuelas, pero en la mayoría de los casos como segunda lengua. Sí, la cultura ucrania estaba permitida, pero a menudo quedaba reducida a unos estereotipos exóticos. Más allá de este reconocimiento superficial de Ucrania, Rusia ‒su lengua y su cultura– seguían gozando de la supremacía. Si de veras querías triunfar, tenías que escribir en ruso, adoptar la cultura rusa y seguir las normas artísticas rusas.
Este chovinismo cultural se ha intensificado en la Rusia de Putin. Al verse degradada a escala internacional por EE UU, la elite rusa soñaba con restaurar su dominación sobre las antiguas colonias como Ucrania a fin de recuperar su esfera de influencia. Por supuesto, esto agudizó el conflicto entre Rusia y EE UU, que sigue siendo el poder hegemónico mundial.
En este conflicto, Rusia no puede considerarse un proyecto diferente de EE UU y el resto de potencias capitalistas. Al igual que ellas, Rusia es un Estado capitalista neoliberal que quiere más territorios, recursos y ganancias. Sus gobernantes no se preocupan por mejorar las vidas de la población común, que es objeto de explotación y opresión. En algunas ciudades, como San Petersburgo, existen mejores condiciones. Cuentan con mejores infraestructuras, salarios y pensiones. Pero fuera de ellas, el país está siendo dilapidado. Aquí en Ucrania lo sabemos por los soldados rusos capturados, reclutados habitualmente en ciudades más pequeñas y más pobres. Están pasmados cuando ven cosas tan simples como carreteras pavimentadas en las aldeas y en la campiña ucrania.
El régimen ruso, la burocracia estatal y los oligarcas han desplumado su propio país y ahora gobiernan mediante la represión y el desvío de la atención popular hacia amenazas externas de cambio de régimen y fantasías imperiales de reconstrucción de su imperio perdido. Esto les ha llevado a desafiar a EE UU y obtener al menos el apoyo tácito de China. Esta dimensión interimperialista no debe impedirnos reconocer la centralidad de la lucha de Ucrania por su independencia tanto de la dominación imperialista rusa como occidental.
Y la competencia imperialista no debe impedirnos ver los comunes intereses de clase internacionales que atraviesan el conflicto. Hay oligarcas rusos que explotan a la clase trabajadora rusa. Hay oligarcas estadounidenses que explotan a la clase trabajadora estadounidense. Hay oligarcas ucranianos que explotan a la clase trabajadora ucraniana. Y hay oligarcas chinos que explotan a la clase trabajadora china. Y la oligarquía internacional nos explota a todas y a todos. Este análisis de clase apunta a nuestros intereses comunes frente a esa banda de capitalistas enfrentados.
Pasemos ahora a hablar del desarrollo del capitalismo oligárquico en Ucrania, que analizas en tu libro Ukraine and the Empire of Capital. ¿Cuáles son sus características económicas y políticas? ¿Cómo encaja el presidente actual, Zelensky, en este sistema o hasta qué punto desentona?
Las ultimas décadas han presenciado una expansión masiva de la dominación del capital. Invadió el Sur global después de que sus proyectos desarrollistas se vieron socavados y debilitados y finalmente fracasaron. El imperio del capital hizo lo mismo en Europa Oriental y Rusia tras el colapso de la Unión Soviética. Rusia heredó todas las responsabilidades legales de la URSS, sus obligaciones estipuladas en tratados internacionales, su moneda y su acceso al capital. Bajo la presión del sistema y de sus consejeros neoliberales, Rusia experimentó una privatización masiva, los oligarcas se aprovecharon de las políticas de libre mercado para concentrar capital en sus manos y Putin construyó un nuevo Estado capitalista neoliberal y represivo para tener controlado el país.
Tras la disolución de la Unión Soviética, las demás repúblicas que formaban parte de ella adquirieron de repente la independencia, pero carecían de moneda propia y de capital. En esta situación, no tenían otra opción que llamar a la puerta de instituciones financieras internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Ucrania formalizó su relación con el FMI en 1992. Bajo su tutela, el nuevo gobierno ucranio privatizó los bienes de propiedad pública, que eran casi todo en el país. Claro que la gente tenía sus propiedades personales, como automóviles, pero casi todo, desde los solares hasta las viviendas, pertenecía al Estado. Las viviendas, por ejemplo, fueron construidas por el Estado y entregadas al personal adscrito a determinadas empresas. De repente, todo esto se vendió. El personal podía privatizar –o comprar– sus viviendas a un precio bajo, y por eso la proporción de viviendas en propiedad es tan alto en Ucrania.
El mismo programa de privatización se aplicó en la industria estatal. Se crearon acciones de las empresas y se repartieron a modo de vales entre el personal. Las trabajadoras y los trabajadores, sin embargo, condenados a la miseria por la inflación galopante, necesitaban dinero para sobrevivir, de modo que vendieron sus vales a los directivos. Algo parecido ocurrió con la tierra, el agua y los servicios, con cierta variación regional y sectorial. Los directivos se zamparon el país.
Básicamente asistimos a lo que Marx llama acumulación primitiva u original de capital. Y había mucho que acumular para los nuevos oligarcas capitalistas. En la región de Donbás, por ejemplo, hay industria pesada y numerosos recursos naturales como gas natural, mineral de hierro, otros minerales y carbón. Los nuevos oligarcas se hicieron con la mayor parte. Mientras hacían suyas estas propiedades, los oligarcas y sus redes políticas y criminales crearon potentes grupos financieros e industriales, formado por empresas y bancos. Estos conglomerados están sumamente concentrados y diversificados.
Utilizan este poder capitalista para controlar la política directa o indirectamente. Algunos oligarcas se convirtieron en políticos. Otros utilizaron a testaferros políticos. Contrataron a consultores, agencias de relaciones públicas y tecnologías políticas probadas en Occidente para crear circunscripciones electorales que les permitieran conseguir cargos electos. Su control del Estado les permitió, a su vez, acelerar la acumulación en la década de 1990. Tenían mano libre porque el capital europeo estaba preocupado por Europa Central, Rusia estaba debilitada y el capital multinacional todavía no había entrado en el juego. Así que saquearon la propiedad pública para su propio enriquecimiento.
Estos oligarcas también compitieron entre ellos. Esta competición coexistió con divisiones territoriales y lingüísticas entre ucranioparlantes y rusoparlantes. Los oligarcas atizaron estas divisiones en su propio beneficio político durante las campañas electorales, al tiempo que convirtieron diferencias preexistentes y en gran parte no conflictivas en nuevos motivos de animosidad y prejuicio. Fue una estrategia efectiva para dividir y someter a una población que no dejó de resistirse al saqueo con oleadas de protesta desde abajo, desde la revolución naranja en 2004 hasta la revuelta de Maidán en 2013. Estas divisiones se profundizaron aún más con las distintas relaciones de los oligarcas con la UE y Rusia, que resaltaron estas divisiones para asegurarse las relaciones con una u otra de estas potencias.
Todo esto estalló durante la crisis de Maidán. La población se rebeló contra los oligarcas y el gobierno, los nacionalistas de derechas aprovecharon la situación y sus partidos trataron de capitalizar la revuelta. Los separatistas rusos crearon entonces sus llamadas repúblicas, Rusia ocupó Crimea y estalló el conflicto armado en el Donbás. El batallón fascista Azov se formó en medio de esos sucesos, pero quiero dejar claro que Ucrania no es el caldo de cultivo del fascismo que pretende la propaganda rusa. Por ejemplo, los partidos de extrema derecha fueron derrotados en las elecciones de 2014. Sufrieron una sangría de votos y perdieron escaños.
La elección de Zelensky fue una respuesta popular a las divisiones chovinistas y expresión de los deseos de paz. Es una figura interesante. Tras él hay un conjunto de fuerzas oligárquicas y su campaña se basó en una promesa de paz y de lucha contra la corrupción, aunque bastante ingenuamente. A fin de cuentas, ha gobernado como cualquier otro político neoliberal, no ha logrado asegurar la paz y pasó por alto la corrupción rampante y el saqueo de los oligarcas. A los ojos de la gente resultó ser incompetente para gobernar y su valoración cayó en picado a medida que descendió el nivel de vida de la población. Es muy improbable que de no mediar la guerra fuera reelegido, pero ahora es un héroe de guerra y tiene garantizada la reelección si Ucrania sigue existiendo como Estado nacional con un proceso electoral democrático una vez terminada esta contienda.
Hasta ahora hemos hablado sobre todo del papel del imperialismo ruso en Ucrania. ¿Qué decir del imperialismo occidental, especialmente de su política económica?
Hemos sufrido la dominación dictatorial de los Estados occidentales y sus instituciones financieras internacionales (IFI), que han aplicado a rajatabla los planteamientos formulados por Francis Fukuyama a comienzos de la década de 1990, dando rienda suelta al libre mercado y su lógica de competencia capitalista. Las IFI concedían préstamos con la condición de que el Estado abandonara la propiedad de la industria y los servicios, desregulara la economía, debilitara los derechos laborales y diera un trato preferente y protegiera a los inversores, todo ello supuestamente para mejorar la competitividad de la economía. El nuevo papel del Estado se redujo al mantenimiento del orden social. En otras palabras, proteger a los ricos frente a los pobres. Así, lejos de democratizar la sociedad. Las normas del libre mercado permitieron el giro autoritario que hemos observado en Europa Oriental, Rusia y Ucrania.
El Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD), el FMI y el Banco Mundial no autorizaron más que determinados tipos de políticas en materia económica y social. Sus dictados neoliberales estaban concebidos supuestamente para mejorar la competitividad y la eficiencia, cosa que desde luego es discutible. De hecho, facilitaron el ascenso de los oligarcas y su pugna competitiva, semicriminal y en algunos casos abiertamente criminal por la propiedad de la industria, los servicios y las tierras privatizadas.
Lo que sin duda no consiguieron asegurar fue la eficacia de los servicios públicos. ¿Por qué? Porque si los servicios son objeto de competencia, inevitablemente queda excluida la gente al aplicarles precios de mercado. Esto socava la prestación básica de servicios universales en todos los ámbitos, desde la educación hasta la sanidad, lo que a su vez debilita la reproducción social de la fuerza de trabajo del capital. La austeridad es consecuencia del neoliberalismo, y lejos de expandir las economías de los países, de hecho impide su crecimiento, produciendo subdesarrollo.
Ucrania es un ejemplo paradigmático. Era una economía industrializada con una infraestructura desarrollada, una sanidad y unos servicios públicos eficientes y una fuerza de trabajo altamente educada y cualificada. La imposición por Occidente del neoliberalismo la destruyó. En 1991, su economía era del mismo tamaño que la de Francia; ahora es el país más pobre de Europa. Esto no es casualidad, es propósito. Cada ronda de préstamos del BERD y del FMI no hizo más que empeorar este proceso. Nos ahogamos literalmente en deudas, como países de África, Latinoamérica y el resto de la región postsoviética. Ucrania debe a varias IFI y diversos Estados 129.000 millones de dólares, que representan aproximadamente el 80 % de nuestro PIB.
¿Cómo han provocado las interacciones de los imperialismos occidental y ruso con los gobernantes ucranios las divisiones en el país, especialmente entre ucranioparlantes y rusoparlantes?
Han magnificado esas divisiones. Un ejemplo clave es la dinámica que desembocó en la revuelta de Maidán en 2013-2014 y sus secuelas. El entonces presidente, Yanukovich, había planeado firmar un acuerdo de asociación con la Unión Europea, pero se echó atrás en el último minuto. Pese a ser un oligarca criminal, tenía razón. Había algunos aspectos en los que realmente dio en el clavo: el acuerdo no favorecía a Ucrania, de manera que se negó a firmarlo. Todo el mundo se quedó perplejo, hubo protestas, que el gobierno reprimió brutalmente, echando leña a la revuelta masiva y toda la secuencia de acontecimientos que he descrito.
La gente estaba perpleja porque Yanukovich conocía las cláusulas del acuerdo desde hacía tiempo. Por tanto, no se echó atrás para proteger los intereses de Ucrania, sino que el motivo real fue que Rusia y los oligarcas asociados con Rusia le presionaron. Muchos de los activos de estos oligarcas están basados en Donbás, en industrias de uso intensivo de energía, por lo que dependen del suministro de gas y petróleo rusos asequibles para sus cadenas de producción. Estos oligarcas propagaron el rumor de que si se firmaba el acuerdo, los precios de la energía subirían, ya que, en efecto, Rusia amenazaba, se cerrarían fábricas y la gente perdería el empleo. Esto contrastó con la parte occidental del país, que históricamente ha estado vinculada a Europa Occidental. Y las empresas de allí se orientan más a ese mercado que a Rusia.
Por supuesto, sobre el terreno las cosas son más complejas; los intereses empresariales no se alinean simplemente según esas divisiones territoriales. Sin embargo, el conflicto imperialista profundizó las divisiones entre oligarcas, que entonces crearon sus respectivos electorados en función de las simpatías hacia Occidente o Rusia, acentuando así la preeminencia de las divisiones territoriales. Una vez se consolidó esto, los diferentes bloques oligárquicos y sus políticos recurrieron a amenazas para limitar los derechos lingüísticos a fin de desviar la atención de las medidas de austeridad que estaban adoptando, derivando la lucha de clases en un conflicto lingüístico y cultural. Esto dio pie al ascenso de grupos separatistas ucranianos y rusos de extrema derecha, dedicándose cada bando a atizar el odio contra el otro.
Es esta una política realmente repugnante. Las facciones políticas oligárquicas planteaban las cuestiones como si se tratara de una elección civilizacional entre Occidente y Rusia. Las prooccidentales presentaban a la UE –que, recordemos, es el origen de tanta austeridad– como foco de esperanza de libertad y democracia frente al pasado soviético. Las prorrusas tachaban a las gentes de Ucrania occidental de rusófobas y fascistas que amenazaban los derechos lingüísticos de las personas rusófonas. Presentaban a Rusia como la última esperanza de salvación frente a esta ola reaccionaria.
Hasta ahora hemos hablado sobre todo de las potencias imperialistas y la clase dominante de Ucrania. ¿Que decir de la lucha de la clase trabajadora y los sectores oprimidos contra los oligarcas y políticos y contra las potencias imperialistas? ¿Con qué obstáculos políticos y organizativos se han encontrado?
En las condiciones que he descrito de capitalismo oligárquico, hemos asistido a una creciente resistencia civil. Esta se puso de manifiesto en la revuelta de Maidán, especialmente después de que la policía atacara brutalmente a los y las manifestantes. La gente finalmente dijo ¡basta! La brutalidad policial hizo estallar años de sufrimiento y frustración por toda esa corrupción, desató la furia ante la colusión de la policía con las redes criminales de los oligarcas y su sempiterna capacidad para escapar de toda responsabilidad por sus abusos.
Toda esa resistencia era reactiva; no se guiaba por un claro sentido de programa alternativo y plataforma reivindicativa. Esto permitió a la derecha secuestrar la revuelta. Estaba organizada y contaba con fuerzas para intervenir en la lucha. El conflicto subsiguiente entre el gobierno ucraniano y los separatistas enfrió parcialmente la lucha civil. Sin embargo, en los últimos años se agudizaron las frustraciones con los oligarcas y los políticos corruptos, que una y otra vez desbancaron a un grupo de ellos para sustituirlo por otro grupo igual de desastroso. Esto se convirtió en una verdadera crisis de representación. No existe ninguna alternativa clara capaz de plantar un desafío político a los oligarcas y sus políticos. Y la izquierda, tristemente, tiene poca fuerza.
Al mismo tiempo, hay una lucha popular al margen de la política electoral, particularmente en el terreno sindical. Esta lucha surgió al margen de los viejos sindicatos del periodo soviético, que eran fundamentalmente sindicatos de empresa. Han aparecido nuevos sindicatos independientes en sectores clave (e incluso en algunas pequeñas y medianas empresas). Uno de estos sindicatos importantes es el del sector ferroviario, que es el mayor empleador del país y que ha sido un factor clave en la resistencia frente a la invasión rusa. Han abastecido a gente mayor bajo fuego de artillería. Los sindicatos mineros han sido especialmente importantes, luchando contra el cierre de minas y defendiendo salarios y prestaciones. También ha empezado a organizarse el personal sanitario.
La población se ha dado cuenta de que si los políticos no introducen cambios, tiene que hacerlo la propia gente, mediante la lucha colectiva en los lugares de trabajo. Incluso han consultado a los grandes sindicatos y las confederaciones internacionales sobre la manera de organizarse. Esto se ha ampliado todavía más con la resistencia, a medida que la gente busca solidaridad y apoyo. En las últimas semanas, el personal de varias empresas se ha hecho cargo por sí mismo de la distribución de productos para cubrir las necesidades de la gente en plena guerra, se conocen numerosas anécdotas al respecto de diferentes ciudades. Por ejemplo, el personal de un almacén de alimentos se enteró de que había gente refugiada que necesitaba comida o la dirección de un almacén local de material para la construcción aportó el material necesario para fortificar la ciudad. ¡Eso es expropiar a los expropiadores!
En plena guerra, la resistencia refuerza la capacidad de la gente para introducir cambios. Esto será importante después de la guerra, cuando la cuestión de cómo reconstruir y en interés de quién hacerlo pase a ser la cuestión central. Espero realmente que este espíritu de solidaridad colectiva permita abrir un nuevo camino para Ucrania una vez superado este infierno.
Esto crearía nuevas oportunidades para la izquierda ucrania. Tendremos que adaptar un poco nuestro lenguaje para que nuestro programa tenga sentido a los ojos de una población que realmente asocia cosas nada buenas con el pasado estalinista. Sin embargo, la gente busca soluciones sociales colectivas a profundos problemas en el capitalismo ucraniano y mundial. La corriente socialista ha de participar en estas luchas por mejoras inmediatas y demostrar que tenemos ideas cruciales sobre el modo de reconstruir nuestra sociedad. Si logramos hacerlo con éxito, podremos contribuir a superar la crisis de representación que ha afectado a las oleadas de resistencia y ofrecer una alternativa genuina a los oligarcas y la derecha.
Un fenómeno que Putin y la izquierda campista han exagerado en su propio interés político es el ascenso de la extrema derecha en el país. ¿Qué hay de verdad en esta cuestión de la extrema derecha en Ucrania? ¿Cómo se desarrolló, cuáles son sus fuerzas y en qué medida influye en el sistema político y en el ejército?
Esta es una cuestión muy importante y, francamente, alarmante. Porque lo cierto es que la política en Ucrania se halla en el filo de un cuchillo y podría decantarse por el lado derecho, no solo el izquierdo. Aunque coincido contigo en que se ha exagerado la importancia de la extrema derecha, también he de decir que es un factor real y una amenaza efectiva.
Ha sido exagerada, claro está, por los separatistas, por Putin y por sus extraños simpatizantes occidentales, que han señalado a la gente que lleva símbolos nazis y que pintan a Ucrania como una nación y un Estado fascistas, o al menos gobernados por fascistas. Esto es mentira, ya que el apoyo a los partidos de derechas ha decaído drásticamente. Y la verdad es que la mayoría de la gente, incluso la que forma parte del batallón Azov, no percibe la asociación con el nazismo de los símbolos que ostentan. No conocen la historia de Stepán Bandera; ven en él a alguien que luchó por la libertad de Ucrania. Claro que algunos sí son conscientes de este pasado nazi y son fascistas, especialmente en la dirección de algunos de los partidos de derechas y del batallón Azov. Por eso me preocupan tanto, pues son una verdadera amenaza.
Así que sería un error menospreciar la amenaza de la derecha. Los partidos de derechas son una fuerza reducida, pero significativa, como lo es el batallón Azov, por mucho que constituya una parte muy pequeña del conjunto del ejército. Organiza campamentos de verano para reclutar a gente y puede recibir apoyos al ser considerados héroes de guerra en la defensa de Mariúpol. Estas fuerzas de derechas representan una amenaza para el futuro de una Ucrania multiétnica. Impulsan terribles leyes lingüísticas que discriminan a los rusoparlantes. No solo hay que rechazarlas por sí mismas, sino que también porque nutren la narrativa de los separatistas prorrusos.
Está claro que Ucrania necesita descolonizarse y desrusificarse. El ruso sigue siendo la primera lengua para la mayoría de la población. Y para decirlo claramente, los rusoparlantes en general no están oprimidos, pero los ucranioparlantes sí lo han estado. Por ejemplo, cuando yo iba a la escuela, me acosaron por hablar ucranio. Pero la solución no pasa por mimetizar a los colonizadores en el proceso de descolonización y reprimir a los rusoparlantes. Tiene que haber igualdad de derechos en materia lingüística, no nuevas formas de discriminación. Esta será una cuestión urgente en el proceso de reconstrucción del país.
Deseo la victoria de Ucrania con el restablecimiento de sus fronteras y el fin de la ocupación rusa. Esto abrirá todo un proceso de reconciliación del conflicto cultural que fabricaron los oligarcas y sus políticos y lo convirtieron en un arma. Será todo un reto, puesto que la invasión rusa ha suscitado cierto grado de sano nacionalismo ucranio, especialmente por el hecho de que el pretexto de Putin para la guerra era que este país no es ni siquiera un país. Hemos de evitar que esto genere xenofobia y nacionalismo étnico.
Tendremos que superar el deseo de escarbar en la historia y remozar viejos símbolos problemáticos en un esfuerzo por demostrar que somos una nación. En vez de ello, hemos de aprovechar la oportunidad histórica para reconstruir Ucrania como país multiétnico y multirreligioso en el que todas las minorías tengan los mismos derechos sobre su lengua, su educación y su cultura. Esta es tarea de la izquierda y de las organizaciones obreras y exigirá hacer frente al poder de los oligarcas, sus políticos y la derecha. Debe triunfar la política de solidaridad; de lo contrario, corremos el riesgo de confirmar la mentira obscena de Putin de que somos una nación de fanáticos y fascistas.
Esto nos lleva a la cuestión de cuál será el resultado de la guerra. Parece que Putin se ha visto forzado a renunciar a su propósito de cambiar el régimen y ahora trata de devastar la parte occidental de Ucrania y partir el país, asegurándose el control del Donbás como puente terrestre a Crimea. ¿Qué efecto tendrá esto para Ucrania, la resistencia y la economía política del país?
Si me hubieras planteado esta pregunta hace tres semanas, habría contestado que si Putin aceptaba retirarse y limitarse a controlar esas dos llamadas repúblicas, el pueblo ucraniano podía aceptarlo. Pero ahora, vistos los horrores de esta guerra, la destrucción de Járkiv y Mariúpol, las matanzas en los alrededores de Kyiv y el gran número de vidas perdidas, brutalizadas, y de personas desplazadas, el pueblo ucraniano no cederá.
El pueblo ucranio ha hecho todo lo posible para poner fin a esta pesadilla. Intentamos entablar conversaciones de paz a través del proceso de Minsk. Respetamos el alto el fuego incluso bajo fuego enemigo para que Putin no tuviera una excusa para lanzar una guerra. Nada de esto ha funcionado. El llamado proceso de paz acabó allanando el camino a la invasión rusa con un ataque en absoluto provocado. Lo han estado planificando durante años, chantajeando a la gente, mintiendo sobre los hechos y enviando a miles de agentes durmientes para infiltrarse en el país, identificar objetivos y colocar emisores de señales de radio en ellos.
Ahora tenemos miles de muertos, millones de desplazadas y cientos de millones de dólares en infraestructuras destruidas. Después de todo esto, apenas nadie aceptará que se entreguen partes enteras del país a los invasores. Nos damos cuenta de que si no ganamos esta guerra, Ucrania dejará de existir. Si se mantienen ocupadas partes del país, habrá revueltas contra las fuerzas rusas, dando pie a otra guerra. No habrá paz.
Putin no reconoce el derecho de Ucrania a existir independientemente, de modo que tenemos que contraatacar. No aceptaremos la partición del país en algo así como Corea del Norte y del Sur. Esto implica una larga lucha, pero el pueblo la librará. Hay muchas cosas en juego en estos momentos. El resultado dependerá de si somos capaces de asegurar el suministro de armas para defendernos y recuperar nuestro territorio, de si somos capaces de mantener nuestras exigencias en esas llamadas negociaciones y de si el régimen ruso acaba colapsando. Pero no aceptaremos nada que no implique la reunificación y la independencia de Ucrania.
Hay una debate importante en la izquierda internacional en torno a la postura a adoptar sobre la guerra y las demandas a formular. ¿Qué piensas que deberíamos hacer?
Repito que la izquierda internacional debe ponerse la gorra decolonial cuando piensa en Ucrania. Luchamos contra Rusia, nuestro opresor imperialista histórico. Ucrania ha estado dominada política, económica, cultural y lingüísticamente durante mucho tiempo. Creo que todavía hay personas cuya visión aparece nublada por una oposición unidimensional al imperialismo estadounidense en exclusiva. Pero en esta situación el agresor no es EE UU, es Rusia. Por supuesto que la OTAN es un factor, pero no es el determinante. ¿Debería existir la OTAN? Por supuesto que no. Debería haberse disuelto hace mucho tiempo. En esto estamos todas y todos de acuerdo.
Centrémonos en la cuestión principal: el imperialismo ruso y la lucha de liberación ucrania. Putin lleva años diciendo claramente que no reconoce a Ucrania como entidad separada, y en una declaración reciente ha afirmado que del país lo crearon los bolcheviques. Quiere recuperar Ucrania, someterla al dominio ruso y trata de imponer este objetivo en el terreno militar desde 2014, procediendo a una partición completamente ilegal, artificial y violenta del país.
La izquierda internacional debe solidarizarse con Ucrania como nación oprimida y con nuestra lucha por la autodeterminación. Esto incluye nuestro derecho a recibir armas para nuestros y nuestras combatientes y voluntarias a fin de asegurar nuestra libertad.
Pero la izquierda no debe reclamar la prohibición de sobrevolar el país, demandando la declaración de zona de exclusión aérea impuesta por la OTAN. Esto implicaría iniciar una guerra aérea entre fuerzas estadounidenses y europeas por un lado y rusas por otro, con el riesgo de una escalada bélica entre potencias nucleares. Baste contemplar los efectos de las intervenciones estadounidenses en otras partes del mundo, como Irak y Afganistán. Los ejércitos de EE UU y la OTAN no se preocuparían por los daños que causaría su guerra aérea en Ucrania. Nos ordenarían evacuar las ciudades para que pudieran lanzar un ataque militar por todo lo alto contra las fuerzas rusas, devastando todavía más nuestro país y de paso matando inevitablemente a más gentes ucranias.
Después necesitaremos algún tipo de fuerza de mantenimiento de la paz, tal vez de Naciones Unidas. Claro que esto es difícil, ya que Naciones Unidas es básicamente una organización no democrática en que las grandes potencias, incluida Rusia, pueden vetar la creación de esa fuerza en el Consejo de Seguridad. Pero necesitaremos algunas fuerzas internacionales sujetas a supervisión para prevenir nuevos choques. Habrá que construir un nuevo orden internacional en que los agresores queden suspendidos automáticamente, sin derechos de veto, sin miembros permanentes de un consejo de seguridad, con mutuas garantías reales, de manera que se puedan evitar futuros sufrimientos en un mundo desmilitarizado.