Ignacio Sánchez-Cuenca
Se puede sostener a la vez que la expansión de la OTAN explica la invasión y que Rusia es responsable de haber iniciado una guerra de consecuencias inciertas con un coste humanitario inaceptable
Un examen superficial del debate público desatado por la invasión de Ucrania muestra que hay una confusión permanente entre planos de análisis. Por un lado, se encuentran las derivadas “nacionales” del conflicto, es decir, el uso del mismo para obligar a las partes a tomar partido e identificarlas así con posiciones más o menos abominables. En España, el pasatiempo favorito de muchos comentaristas consiste en arrearle a la izquierda, por ingenua, por buenista, o por todo lo contrario, por actuar a favor de Putin sin admitirlo. Todo esto es muy fatigoso y revela cortedad de miras, así que no diré nada al respecto. Por otro lado, nos enfrentamos también a una ambigüedad típica entre “explicar” el conflicto y “justificarlo”. Se funden el plano puramente analítico con el moral. Es más, muchas personas que intervienen en el debate, cargadas de razones morales, se lanzan a ofrecer explicaciones que no se cuestionan porque se formulan desde el lado correcto. Y quienes tratan de ofrecer explicaciones desligadas del plano filosófico de las justificaciones a menudo reciben la acusación de ofrecer una coartada a Rusia.
¿Es posible analizar el conflicto con un poco de calma? Soy plenamente consciente de que la situación es crítica, que hay millones de desplazados, que miles de personas han perdido o van a perder la vida y que no valen medias tintas ante una agresión como la de Rusia. Ahora bien, parece que el conflicto va a durar un tiempo y no creo que pase nada porque tratemos de coger un poco de distancia y lo examinemos desde una perspectiva teórica. ¿El conocimiento académico que tenemos sobre las guerras nos permite explicar lo que está sucediendo?
La perspectiva de la seguridad
En las Relaciones Internacionales, la causa principal de los conflictos bélicos se atribuye a cambios en la seguridad de los Estados. En un mundo anárquico como el internacional, la seguridad es lo que garantiza la supervivencia de los Estados. Por tanto, los Estados tratan de conseguir la mayor seguridad posible, ya sea invirtiendo en tecnología militar, ya sea participando en coaliciones con otros Estados. El problema surge cuando las decisiones de un Estado para mejorar su seguridad suponen un incremento de la inseguridad de otros Estados, que se sienten amenazados. A este problema se le llama el Dilema de la Seguridad y sobre el mismo se han escrito innumerables trabajos. Las guerras suelen ser la consecuencia, pretendida en unos casos, no pretendida en otros, de los problemas que surgen en torno a los cambios en la seguridad relativa de los Estados.
El Dilema de la Seguridad surge cuando las decisiones de un Estado para mejorar su seguridad suponen un incremento de la inseguridad de otros
Hay guerras que son difíciles de explicar en términos de seguridad. Por ejemplo, la guerra de Estados Unidos contra Irak en 2003 no encaja bien en el molde de las teorías dominantes. Más allá de las toneladas de propaganda y de la manipulación informativa con las que Estados Unidos trató de vender su guerra (las conexiones entre Irak y Al Qaeda, las armas de destrucción masiva, etc.), había un argumento último que podía tener sentido: aunque Irak no tuviese armas de destrucción masiva, estaba en camino de conseguirlas, por lo que, para mantener la seguridad, se llevaba a cabo un ataque preventivo. Sin embargo, como argumentaron dos “realistas” de prestigio, John Mearsheimer y Stephen Walt, había formas de “contener” a Irak que no pasaban por la guerra (como ha hecho Estados Unidos, por ejemplo, con el control del programa nuclear iraní). Como mostró David Lake con mayor detalle, las teorías “realistas” y “neorrealistas” no funcionan adecuadamente en el caso del conflicto iraquí (véase también, por ejemplo, este trabajo sobre el papel decisivo de los fallos de percepción cometidos tanto por Estados Unidos como por Irak).
La invasión rusa de Ucrania, en cambio, encaja bastante bien en el esquema teórico del realismo. Rusia avisó en múltiples ocasiones de que la expansión de la OTAN hacia el Este estaba socavando su seguridad. El propio Putin señaló en una rueda de prensa el pasado 21 de diciembre (aquí el vídeo con doblaje en inglés), que la ausencia de un compromiso claro por parte de la OTAN sobre la inclusión de Ucrania en la alianza atlántica era el motivo principal de inseguridad en Rusia.
La expansión de la OTAN muestra que ni Estados Unidos ni los países europeos se tomaron en serio el problema ruso de seguridad
La expansión de la OTAN muestra que ni Estados Unidos ni los países europeos se tomaron en serio el problema ruso de seguridad. Consideraron que la decisión de entrar en la alianza incumbía únicamente al país que lo pedía, sin hacerse cargo de la amenaza que ello suponía para Rusia. Putin ha intentado explicar su posición acudiendo a una analogía: ¿cómo habría reaccionado Estados Unidos si su principal rival hubiese instalado misiles en la frontera de Canadá o de Méjico? ¿Se habría resignado Estados Unidos?
Los teóricos realistas, como Mearsheimer, a quien antes me he referido, han argumentado con fuerza que la expansión de la OTAN ha sido un error. En una entrevista reciente que ha despertado polémica, Mearsheimer argumenta que no hay nada sorprendente en la reacción de Rusia: para garantizar su seguridad, ha hecho lo que habría hecho cualquier potencia militar en condiciones similares.
Otros académicos habían anticipado hace años que el conflicto era probable como consecuencia del crecimiento de la OTAN. Aquí tienen, por ejemplo, las advertencias claras y taxativas de Stephen Cohen, uno de los grandes especialistas en Rusia, en el año 2010.
Por supuesto, hay motivos para el debate de esta cuestión. Debe recordarse que Ucrania solicitó entrar en la OTAN en 2008, pero la cuestión quedó suspendida mientras hubo un presidente prorruso. Es la propia invasión de Crimea por parte de Rusia en 2014 lo que acelera el asunto y lleva a la OTAN a afirmar explícitamente que los rusos no pueden vetar una decisión soberana de Ucrania.
Uno de los grandes teóricos del conflicto y la violencia política, Stathis Kalyvas, ha cuestionado la explicación realista de la invasión. A su juicio, la razón última de la guerra no es la seguridad, sino la visión ultranacionalista de Putin, sus ideas sobre la insignificancia histórica de la nación ucraniana y su imperialismo vengativo. La cuestión de la seguridad, desde esta perspectiva, no sería más que una coartada para llevar a cabo sus planes expansionistas.
La paz democrática
Supongamos que la explicación realista es correcta. Sin la expansión de la OTAN, Rusia no se habría sentido amenazada y no habría invadido Ucrania. ¿Quiere decir esto que el “culpable” de la guerra es la OTAN y no Putin? La respuesta es negativa. La teoría nos permite determinar las consecuencias del crecimiento de la OTAN hacia el Este, pero eso no significa que, en el plano moral, debamos concluir que Rusia no podía responder de otra manera que no fuera invadiendo Ucrania. Podemos afirmar entonces, desde un plano analítico, que la OTAN ha cometido estos años un error tremendo, pero no es la OTAN la que ha entrado en Ucrania, ni es la OTAN la que está atacando ciudades y población civil. La responsabilidad moral y política del ataque corresponde exclusivamente al régimen ruso. Que podamos explicar la reacción de Putin no implica que Putin no sea responsable de las decisiones que ha tomado.
La teoría de la paz democrática establece que las democracias no guerrean entre sí. Se trata de una de las regularidades mejor documentadas en el ámbito de la política
Para aclarar mejor la diferencia entre los diversos planos de análisis y valoración, conviene traer a colación otra teoría en las Relaciones Internacionales que no casa bien con el paradigma realista de la seguridad. Me refiero a la teoría de la paz democrática, que establece que las democracias no guerrean entre sí. Las democracias se enfrentan a dictaduras, pero no pelean con otras democracias. Se trata de una de las regularidades mejor documentadas en el ámbito de la política.
En este sentido, Rusia no es una democracia. El hecho de que Putin presida un régimen autoritario hace la guerra más probable y nos da pie a plantearnos el contrafáctico de si la invasión se hubiera producido en caso de que Rusia hubiese sido una democracia. Pensemos en las dificultades que habría tenido una Rusia democrática para ir a la guerra (véase, por ejemplo, este artículo de Susan Stokes). El presidente no habría podido manipular los medios como está haciendo; además, tendría que haber respondido ante la sociedad por la decisión adoptada y se enfrentaría a graves tensiones a medida que fueran llegando de vuelta los cadáveres de soldados rusos.
Si el régimen político influye tanto en la respuesta a un problema de seguridad, no tiene demasiado sentido suponer que la invasión haya sido una consecuencia automática e inevitable de Rusia. Putin ha reaccionado como un autócrata y tiene que responder por ello. Sus manos no estaban atadas.
Por tanto, se puede sostener a la vez que el problema de seguridad creado por la expansión de la OTAN explica la invasión y que Rusia es responsable de haber iniciado una guerra de consecuencias políticas inciertas y con un coste humanitario terrible e inaceptable.