Jonas Komposch
Es ruso y trabaja de sindicalista en Ginebra. Tras el final de la Unión Soviética, Kirill Buketov (52 años) participó en la construcción de sindicatos independientes en Rusia. Entonces había optimismo y esperanza de futuro. Ahora dice: “Todas las conquistas de la civilización se hunden.”
Kirill Buketov, usted forma parte de las personas rusas que se oponen activamente a la guerra.
¿Qué piensa cuando oye decir al embajador de Ucrania en Alemania: “Todos los rusos son nuestros enemigos”?
Eso duele. Hoy todos los rusos y todas las rusas sienten que toda nuestra cultura y todas las conquistas de nuestra civilización se derrumban. Todo se descompone. ¡Debido a la agresión de Putin! Es terrible tener que asistir a este proceso. Claro que comprendo la rabia de la población ucraniana, pero esta guerra solo la detendremos entre todas y todos.
En realidad es usted profesor de historia. ¿Cómo explica esta guerra?
Es la típica reacción de un imperio colonial en descomposición. Todos los imperios responden con violencia cuando sus colonias aspiran a ser libres. Mire la guerra de Argelia en el caso de Francia. O la guerra de Gran Bretaña contra el movimiento independentista indio. Ambas fueron respuestas violentas al deseo de autodeterminación. Y lamentablemente siempre se ha visto que las guerras imperialistas cuentan al principio con un apoyo decidido de la población del imperio.
¿De modo que ya preveía usted que habría guerra?
No, esta posibilidad me parecía simplemente demasiado terrible. Apenas nadie la vio venir. Eso sí, hubo uno que ya predijo la guerra en 2014: Boris Nemtsov, el político de oposición y cabecilla de las manifestaciones por la paz en Rusia en 2014. En aquel entonces protestaron millones de personas en Rusia contra la anexión de Crimea y la intervención encubierta en el Donbás. Las calles estaban llenas de banderas ucranias. Entonces asesinaron a Nemtsov a tiros. Siguieron envenenamientos de políticos de oposición, la persecución de ONG, acusadas de ser “agentes extranjeras”, los medios independientes fueron objeto de acoso, las personas críticas fueron empujadas al exilio y los presos políticos sufrieron tortura. Al final, el Estado clausuró incluso la prestigiosa organización de defensa de los derechos humanos, Memorial. Dos semanas después se produjo la invasión de Ucrania.
Lo que no entendemos es por qué la gran federación sindical rusa, FNPR, apoya el ataque a Ucrania.
Porque la federación forma parte del proyecto imperial de Putin. Todos los actos masivos que necesita el Kremlin para su propaganda los organiza la Federación de Sindicatos Independientes de Rusia. A veces también le ayuda el partido gubernamental, Rusia Unida, del que son miembros todos los altos dirigentes de la FNPR. Putin ya les dio las gracias por estos servicios en 2012, cuando asistió al desfile sindical del primero de Mmyo en Moscú.
¡Pero si los sindicatos no se beneficiarán con la guerra!
Claro que no, la población trabajadora de Rusia ya sufre hoy las consecuencias económicas. Y las cosas irán a peor.
¿Quiere decir que la FNPR está corrompida?
Sí, y lo está desde 2008. En aquel entonces se declararon en huelga las trabajadoras y los trabajadores de las fábricas de Ford cerca de San Petersburgo. Fue la primera gran huelga por un aumento salarial que se produjo tras el colapso de la Unión Soviética en 1991. ¡Y ganó! Por eso comenzó entonces el tiempo de la represión. El Estado quería someter de nuevo los sindicatos a su control. Hubo atentados contra huelguistas, los servicios secretos se infiltraron en los sindicatos, y el jefe de la FNPR, Mijaíl Shmakov, selló un acuerdo con el Estado: los sindicatos se comprometían a evitar las huelgas en la medida de lo posible, y a cambio se les facilitaba el acceso a los lugares de trabajo para hacer proselitismo. Pero la FNPR no solo se ha vendido, sino que Shmakov y otros están personalmente convencidos de que la guerra contra Ucrania es una guerra justa.
¿Por qué está usted tan seguro?
Las manifestaciones de Shmakov son cada vez más fanáticas. Hace poco hablé con un amigo de la Confederación de Sindicatos de Alemania, y él estaba estupefacto. Acababa de hablar con Shmakov para convencerle de que los sindicatos no pueden apoyar guerras y de que la FNPR debería propugnar como mínimo un alto el fuego. “¡De ningún modo!”, dijo que gritó Shmakov por el auricular.
¿Y para ese Shmakov estuvo usted trabajando?
En los sindicatos rusos se inició a comienzos de la década de 1990 un proceso de renovación. Muchos querían sustituir las burocracias anquilosadas de la época soviética por estructuras democráticas. El líder de este movimiento reformista fue ese mismo Mijaíl Shmakov. Tenía realmente poder de convicción e incluso en Occidente depositaban en él grandes esperanzas. En 1993 fue elegido presidente de la FNPR. Yo había participado ya entonces en la construcción de la red de información sindical independiente KAS-KOR. Gracias a ella conseguimos contrarrestar la desinformación del Estado sobre las grandes huelgas mineras. Eso le gustó a Shmakov y me reclutó entonces en 1994 para colaborar en el periódico de la federación, Solidarnost.
Hoy, ese periódico hace propaganda por la guerra…
En aquel entonces todavía era un periódico progresista. Además, aquella fue la mejor época para la libertad de expresión. Gracias al rumbo que le dimos, la tirada aumentó en tres años de 1.000 a 30.000 ejemplares.
¿O sea que tuvieron que empezar casi desde cero?
En general no existía ninguna tradición sindical. El estalinismo había eliminado el movimiento sindical, y lo hizo físicamente. Cuando yo trabajaba de albañil en tiempos de la perestroika y me integré en el nuevo movimiento obrero, no dimos con ningún viejo sindicalista que pudiera transmitirnos su experiencia. Esto, por cierto, no ocurría en los demás países de Europa Oriental, donde seguía existiendo cierta tradición.
Ya en aquel entonces mucha gente trabajadora desconfiaba por lo visto de la FNPR. ¿Por qué?
La FNPR fue la heredera de las organizaciones obreras soviéticas. No eran organizaciones representativas ni democráticas, o sea, no eran verdaderos sindicatos, sino más bien aparatos que prestaban servicios de bienestar social y ayudas económicas, para que sus afiliados no murieran de hambre. Al mismo tiempo, esas organizaciones desempeñaban funciones de control ideológico. Debían impedir cualquier iniciativa independiente de la clase trabajadora. La FNPR se dispuso a reformar esas estructuras, pero chocó en muchos casos con la resistencia de elites conservadoras. Por eso hubo trabajadores, especialmente marinos, mineros y conductores, que no confiaban en el proyecto de reforma. Aunque le deseaban mucho éxito a Shmakov, prefirieron crear sus propios sindicatos.
¿Se refiere a los sindicatos de la Confederación del Trabajo de Rusia (KTR), la organización que hoy se opone valerosamente a la guerra?
Exactamente. Aunque estos sindicatos estuvieron mucho tiempo enfrentados entre sí. Estaba por un lado la Confederación del Trabajo de Rusia y por otro la Confederación Panrusa del Trabajo. Aquello causó mucha confusión. Al final, estas organizaciones se fusionaron, frente a la creciente represión, en 2009. Hoy en día, muchos afiliados de la KTR están sometidos a fuertes presiones. Por ejemplo, hace poco 5.000 maestras y maestros declararon públicamente que no pensaban hacer propaganda por la guerra en sus escuelas. Ahora se enfrentan a una dura represión.
¿Y la FNPR mira para otro lado?
Al contrario. Los sindicatos independientes son desde hace tiempo un estorbo para la FNPR. Por eso, Shmakov ordenó a su gente que ocupara los puestos de dirección de las confederaciones sindicales internacionales, con el fin de cerrar el paso a todas las solicitudes de ingreso de las confederaciones independientes. Por tanto, que los verdaderos sindicatos estén teniendo problemas en estos momentos les viene de perlas.