Ilyá Budraitskis
Desde la invasión masiva de Ucrania en 2022, el debate sobre la descolonización de Rusia se ha trasladado rápidamente del ámbito académico y de la crítica cultural al de la política real. Activistas de oposición de las repúblicas nacionales de la Federación Rusa (como Buriatia o Baskortostán) exigen “descolonizar Rusia”, al igual que algunos políticos ucranianos y de otros países europeos. En las filas de la emigración rusa de oposición, las reflexiones sobre las causas de la invasión también han inspirado la búsqueda de sus raíces en el pasado imperial del país. Al mismo tiempo, la cuestión de la descolonización ocupa un lugar importante en la retórica de las autoridades rusas: por un lado, Vladímir Putin ve en el separatismo la principal amenaza para la seguridad nacional, y por otro, llama a los países del Sur global a luchar contra el colonialismo occidental.
De este modo se exacerba la difuminación de la misma noción de descolonización mediante su instrumentalización en el discurso geopolítico. En varios de sus recientes discursos políticos, Putin ha revelado su visión del mundo: todos los países se dividen en dos categorías, colonias y metrópolis; este ha sido siempre el caso y lo seguirá siendo. La única cuestión es que algunos tienen el valor de admitirlo, mientras que otros (“el Occidente colectivo”) esconden esta amarga verdad bajo el manto de la demagogia hipócrita sobre el derecho internacional. Putin (que básicamente se atiene al punto de vista del conocido pensador conservador alemán Carl Schmitt) está convencido de que todo derecho no refleja más que una forma de dominación y que por tanto es necesario identificar al soberano que es el verdadero origen de todo derecho.
Así, descolonización significa emancipación de la dominación colonial impuesta por Occidente y una transición a un mundo multipolar en el que no habrá normas comunes, y el único derecho verdadero será el del más fuerte. Dentro de la propia Rusia, esta descolonización (o “refuerzo de la soberanía”, por citar a Putin) implica un programa para la completa eliminación no solo de la disensión política, sino también de todo elemento de autonomía de la sociedad con respecto al Estado, incluidas las ONG y la libertad de expresión en el mundo académico o la esfera cultural. Más recientemente se introdujo la noción de “soberanía cultural” en la edición oficial de los Fundamentos de la política cultural rusa y el ministerio de Justicia está elaborando una definición de soberanía jurídica.
Descolonización y minorías étnicas en Rusia
Por otro lado, los llamamientos de algunos políticos estadounidenses o europeos a “descolonizar” Rusia equiparan la descolonización con una especie de castigo. De esta forma, por descolonización se entiende nada menos que la partición del país, que ocurrirá a resultas de una derrota militar. Por consiguiente, se asume que una Rusia descolonizada abandonará finalmente sus ambiciones imperiales y dejará de ser una amenaza para sus vecinas. Es difícil no percatarse de que el resultado de semejante descolonización implica el riesgo de provocar su contrario, dando pie al crecimiento del revanchismo imperial y al deseo de superar las formas políticas impuestas desde el exterior como producto de una humillación nacional (como ya han demostrado precedentes históricos una y otra vez, desde Alemania tras la primera guerra mundial a la Rusia postsoviética a comienzos de la década de 1990).
Por tanto, ambas versiones de la descolonización, utilizadas como instrumento, anulan completamente el significado original emancipatorio del concepto. Es más, al imponer la descolonización como proceso externo obvian el protagonismo de su sujeto principal, es decir, los pueblos oprimidos, cuya identidad, cultura y lenguas han sido suprimidas históricamente por las potencias imperiales.
Todo esto exige un debate serio sobre el significado de la descolonización como programa político, que está directamente vinculado con la revisión del vector imperial de la política exterior rusa y con la democratización de su estructura interna. La guerra ha sacado a la luz desigualdades sociales y nacionales en Rusia, que son de naturaleza estructural, y una distribución injusta de los recursos y del poder. La movilización desproporcionada de reclutas de las repúblicas nacionales (como Daguestán, Tuvá y Buriatia) por el ejército ruso refleja la posición de estas regiones dentro de Rusia como las más pobres y económicamente atrasadas, donde el paro masivo no deja en muchos casos otra opción a la gente joven.
Durante las dos décadas de gobierno de Putin, Rusia ha seguido sistemáticamente un rumbo hacia la desfederalización, construyendo un modelo en que todos los recursos financieros se concentran en Moscú y unas pocas megaciudades, mientras que las regiones pierden lo poco que les quedaba de autogobierno y control de sus ingresos. Este modelo sumamente injusto y antidemocrático de la llamada “verticalidad del poder” (definición de Putin) ha provocado el crecimiento de movimientos locales por los derechos de autogobierno y de protección ambiental en algunas regiones rusas (tanto en repúblicas nacionales como Komi y Baskortostán, como en regiones étnicamente rusas como el Krai de Jabárovsk) en los años anteriores a la guerra.
Una vía de salida de la crisis de la sociedad rusa generada por la invasión de Ucrania solo es posible si se adopta una nueva constitución y se cambia de arriba abajo el ordenamiento político precedente. Esto significa nada menos que la búsqueda de las bases de un nuevo contrato social, la respuesta a la pregunta de qué puede preservarnos como país que no sea el poder autoritario, la cultura imperial unificada y la dominación económica de Moscú. El principio clave de una futura federación (o confederación) genuina en Rusia debería basarse en la naturaleza voluntaria de la asociación, asegurada en forma de un derecho legal de los sujetos (en primer lugar las minorías étnicas) a la secesión.
Vale la pena recordar que este principio fundamental de la unión de repúblicas fue propuesto por Lenin en tiempos de la creación de la URSS y se reprodujo después en las tres constituciones soviéticas. A pesar de que este derecho no pudo implementarse durante el periodo soviético, sienta un importante precedente histórico para pensar en alternativas a la hipercentralización imperial, que en gran medida ha llevado al país a la crisis actual. La descolonización solo puede ser un proceso interno, una amplia reflexión sobre el pasado y el presente, en la que debe participar el conjunto de la sociedad, incluida la mayoría rusa. Las y los habitantes de este país solo podrán construir un Estado democrático social que deje de ser una amenaza permanente para sus vecinos si rompen voluntaria y conscientemente con la experiencia imperial.