Nuria Garrido
- Todas las aldeas de esta zona, más de siete meses después de la ocupación rusa, siguen sin luz y sin agua
- Los soldados ucranianos viven ahora en las casas que las tropas rusas ocuparon en esta parte. Valériy de tan solo 25 años la enseña a NIUS: “Aquí vivimos diez personas. Yo cada día me pregunto si voy a despertar"
- La decisión de EEUU de enviar bombas de racimo a Ucrania abre una brecha entre los aliados
Hay una pequeña tienda cerca del conocido como frente de Limán, en la región del Donbás, que da vida a los soldados que combaten en esta zona. En las estanterías de madera hay barritas de chocolate, tabaco, café, huevos, galletas; incluso hay una parte dedicada a los productos de limpieza. Pero ahora, con la llegada del verano, los soldados vienen sobre todo buscando un helado, los hay también. Este es un establecimiento que podríamos encontrar en cualquier parte de Europa. Son ese tipo de sitios donde todos se conocen, se saludan y se cuentan sus anécdotas mientras compran. Sitios que se sienten como familiares. Aquí también lo hacen, pero hablan de la guerra, del miedo, de los invasores o de las bombas que siguen cayendo todos los días.
Svetlana y Tatiana son las dependientas de esta tienda. Llevan trabajando aquí desde el pasado mes de febrero y esa sensación de estar en constante peligro les persigue cada día. De hecho, lo primero que trasladan a NIUS, cuando entramos en este puesto, es lo asustadas que está. Cuentan que acaban de caer, hace un par de horas, un total de ocho proyectiles algunos de ellos, muy cerca de este punto.
-¿Cómo gestionáis el miedo?, les preguntamos.
-Tatiana dice que ya no tiene miedo. Yo... pues que quieres que te diga, estoy aterrorizada. Tomo pastillas y estoy todo el tiempo escondiéndome cuando escucho los bombardeos.
Ambas salieron de esta parte de Ucrania cuando la guerra empezó. Las tropas rusas llegaron muy rápido a esta zona que, en su momento, fue un punto logístico muy importante. El ejército ucraniano logró liberarla el pasado mes de noviembre, por entonces fue una victoria crucial. Aquello dio esperanzas a los residentes de aquí, como a estas dos mujeres quienes un par de meses después decidieron volver.
Pero, no se puede decir que aquí la vida haya vuelto; sigue a medio gas. Entre una normalidad rara y la cercanía del conflicto con el desfile de tanques y vehículos militares que transitan por estos caminos, la caída de proyectiles y un paisaje desolador donde los puentes y las casas han quedado arrasadas. Ni si quiera la luz y el agua han vuelto después de tantos meses. Esta tienda, de hecho, tiene que funcionar con un generador. “Aquí solo vienen a comprar los soldados, el resto de vecinos viven de la ayuda humanitaria, no tienen dinero para venir a comprar”, cuentan.
Svetlana y Tatian relatan, que el poco dinero que tienen no les permite ir a otros lugares del país más alejados del frente y donde, no estén tan expuestas a los ataques rusos. A final de mes, como mucho, pueden llegar a los cincuenta euros, una cifra que, ni de lejos les puede ayudar a empezar desde cero fuera del Donbás. “Quien sabe lo que puede pasar en el futuro, necesitamos cubrirnos las espaldas mi hijo está en Europa y yo necesito seguir trabajando. Sin dinero no podemos hacer nada”, añaden. Aferrarse a su trabajo les da una pequeña seguridad, en un momento en el que en Ucrania todo es efímero.
De taxista a soldado
A fuera de la tienda, un soldado se apoya en su coche mientras da un trago a una bebida energética. Lleva un gorro veraniego militar y los brazos tatuados. Cuando NIUS le saluda, nos sonríe y nos propone enseñarnos la casa donde vive y también compartir con nosotros su historia personal. Es decir, cómo ha llegado hasta aquí. Se llama Valériy y tiene 25 años. “Antes de la guerra, yo vivía en Polonia. Tenía un trabajo estable como taxista y una vida totalmente tranquila. Pero cuando empezó la invasión, me planté en mi país el mismo 24 de febrero”, relata dentro de la que es ahora su habitación. En la pared hay ropa militar colgada y una bandera en la que se puede leer: “Es el tiempo de los fuertes”. Su cama es un saco de dormir y en la misma casa viven un total de diez soldados. “Este sitio estuvo ocupado por los rusos, pero ahora es nuestro hogar”, dice.
La casa es relativamente grande. Valériy nos va guiando por los diferentes puntos donde pasan más tiempo como una especie de comedor o el cuarto donde guardan los proyectiles. “Justo cuando otro compañero mío salía de casa, el proyectil del que te hablaban las dependientas le ha caído a menos de 300 metros. Por suerte, no le ha pasado nada”, explica. Esta especie de azar en la que viven los soldados es la que más le inquieta a este joven. “Yo no sé si mañana me voy a despertar vivo o no porque no podemos controlar lo que va a pasar. Los rusos están entre ocho y diez kilómetros de aquí”, cuenta.
La difícil relación con Rusia
Pavlo, como Valériy, también es un soldado destinado a esta parte del frente. Lo encontramos también saliendo de la tienda, ha comprado un par de cajas. En su mano sostiene un walkie-talkie. Parte de su familia está en Rusia, y según explica, no puede llamarlos para no ponerlos en riesgo. “Muchos parientes de mi madre siguen en Rusia y claro que saben todo lo que pasa aquí. Pero, no podemos llamarlos y ponerlos en apuro”, explica.
A quien sí que tiene que discutir el efecto de la propaganda rusa es a algunos vecinos de está zona. “Cuando me defienden esta invasión, yo les digo si son nuestros amigos los rusos: ¿por qué nos disparan?”