Céline Cantat
Desde el comienzo de la ofensiva rusa contra Ucrania el 24 de febrero, más de 5 millones de personas han abandonado el país y han presentado solicitudes de protección internacional en Europa. Las y los ucranianos han gozado de una asistencia material, así como de un estatus legal que les permite entrar y establecerse en los Estados miembros de la Unión Europea (UE).
Esta acogida contrasta marcadamente con la que la UE suele reservar para las y los exiliados, caracterizada por una fortificación militarizada de sus fronteras para evitar las llegadas a su territorio. Desde la década de 1990, esta política de seguridad ha provocado decenas de miles de muertes en las fronteras de Europa.
Entre las tragedias recientes, el 24 de junio de 2022, más de 27 personas murieron a manos de guardias fronterizos españoles y marroquíes cuando intentaban entrar en Europa a través del enclave español de Melilla. Otras 300 resultaron gravemente heridas, en un episodio comparado por activistas asociativos con una nueva fosa común en las fronteras de la UE.
En este artículo, Céline Cantat muestra cómo esta empatía selectiva remite a los objetivos de los Estados (europeos en este caso) y a dinámicas de racialización a través de las cuales se tiende a oponer a las y los buenos refugiados a las y los malos migrantes, las y los ucranianos, al menos actualmente, se construyen como parte de las y los nuestros, mientras las y los exiliados de Medio Oriente, Magreb o África subsahariana son sistemáticamente alterizados.
Recordando hasta qué punto estas categorías de migrantes o refugiados son construcciones políticas, cuya génesis histórica, pero también todos sus puntos ciegos, se pueden trazar, la autora insiste en que la solidaridad mostrada actualmente por la UE y los estados europeos podría ser solo temporal si resultara que ya no les beneficiara (o ya no tanto), desde un punto de vista ideológico y económico [ContreTemps].
Si bien la inusual generosidad de los Estados europeos hacia las y los ucranianos es bienvenida, ha planteado una serie de preguntas sobre su trato diferenciado en comparación con otros grupos de personas desplazadas. Como resultado, las reflexiones sobre la acogida de las personas ucranianas en Europa se han formulado principalmente en términos comparativos: ¿cómo se da la acogida a las y los ucranianos en comparación con las y los refugiados que llegaron en 2015? ¿Por qué se ha autorizado a las y los ucranianos a establecerse en la Unión Europea, cuando miles de personas fueron bloqueadas en la frontera entre Bielorrusia y Polonia? ¿Por qué las y los no ucranianos que huían de Ucrania han recibido un trato diferente?
En efecto, estos trabajadores y estudiantes, principalmente de África, Asia y Oriente Medio, que residían en el país cuando tuvo lugar el ataque ruso, no fueron incluidos en el marco de la Directiva de Protección Temporal, activada el 3 de marzo de 2022 para permitir a las y los ucranianos acceder rápidamente a unos estatus de protección y a la ayuda humanitaria en la UE.
Más allá de las respuestas oficiales de los Estados y sus instituciones, las prácticas de clasificación en las fronteras se encuentran en el debate público, polarizado entre los llamamientos a la inclusión de las y los ucranianos, repentinamente considerados miembros de Europa, y las denuncias de la indignación selectiva de la UE, percibida como hipócrita y racista. Las reacciones civiles y populares también se han fracturado en torno a estas cuestiones.
A principios de marzo de 2022 fui a las estaciones de Budapest, donde las ONG locales y las redes de residentes se reunían diariamente para dar acogida a las personas que huían de Ucrania: la cuestión de los perfiles y las características de quienes llegaban estaba en el centro de las conversaciones. Un voluntario de una ONG de la Iglesia húngara, señalando con el dedo a una mujer y a sus tres hijos, dijo: "Mira, están cansados, son mujeres y niños, son vulnerables: son los verdaderos refugiados".
Continuó explicando que también había ayudado a las y los exiliados que pasaban por Budapest en el verano de 2015, a pesar de que, según él, muchos en ese momento no eran refugiados, sino "migrantes o terroristas islámicos". Cuando señalé que, que yo sepa, lo que identificaba legalmente a un refugiado era huir del conflicto o la persecución, en lugar de una evaluación individual y subjetiva de su mérito, basada en criterios de género, edad o religión, el hombre mostró su desacuerdo: en su opinión, algunas personas eran dignas de asilo y otras no.
El discurso mantenido por algunas de las personas voluntarias en Budapest va mucho más allá de sus análisis personales: se basa en las categorías y tipologías producidas estos treinta a cuarenta últimos años por el régimen de fronteras y asilo de la Unión Europea. Una de las piedras angulares de este régimen es la meticulosa construcción de una separación entre personas refugiadas (merecedoras) y migrantes (indeseables). Dentro de la categoría de personas refugiadas, una jerarquización adicional determina el acceso a diferentes tipos de derechos y recursos. Por ejemplo, algunas personas se benefician de los programas de reasentamiento en la UE, mientras que otras solo pueden optar a recibir ayuda humanitaria en el extranjero: este proceso de clasificación se basa generalmente en una percepción racializadora y racista de la capacidad de las personas para integrarse en la comunidad (imaginada) de Europa.
Desde 2015, cada vez que ha sido declarada una crisis migratoria en la región, estos discursos han ganado terreno en Hungría y otros países de Europa Central y Oriental. Los emplazamientos a distinguir a las y los malos migrantes de las y los buenos refugiados han llegado a articularse con los regímenes locales de valoración social y sus jerarquías racializadas, de género, de clase y de religión, en el contexto de las transiciones capitalistas regionales.
Esta situación está estrechamente relacionada con la dinámica de la europeización. En efecto, como parte de su integración (o intento de integración) en la UE, los países del antiguo Bloque Oriental fueron incluidos de manera desigual en la nueva división del trabajo a nivel regional: ellos mismos han sido tanto sujetos como productores de dinámicas racializantes. Convertirse en europeo se ha traducido en la reivindicación de una superioridad moral y civilizatoria, de una pertenencia a la modernidad capitalista y su blanquitud, que han llevado al distanciamiento de varios grupos sociales, internos o no de las sociedades en cuestión, y han llevado a un virulento resurgimiento del racismo en la región.
En otras palabras, el trato desigual a los diferentes grupos desplazados no es nuevo ni el resultado del azar: si la categoría de refugiados/refugiadas, como construcción legal, quiere ser una figura universal, en realidad sigue anclada en las relaciones sociales locales. Un examen a largo plazo de la relación entre los Estados y las y los exiliados muestra que está estructurada sistemáticamente por dinámicas de selección y diferenciación: la forma en que los Estados responden a ciertos grupos nos dice siempre más sobre sus arquitecturas políticas y las relaciones de poder que los caracterizan, que sobre los propios individuos desplazados.
Por tanto, es importante desprendernos de los comentarios moralizadores en nuestra evaluación de la respuesta actual de Europa al desplazamiento ucraniano y reflexionar sobre cómo los Estados interpelan a las personas que cruzan las fronteras en función de economías morales y políticas específicas, a su vez respaldadas por proyectos más amplios como la construcción de la nación y la acumulación de capital.
En esta perspectiva, las preguntas planteadas por el desplazamiento ucraniano en Europa se convierten en: ¿en qué circunstancias los Estados acogen o rechazan a las personas desplazadas? ¿Cómo está moldeada la acogida de las y los refugiados por procesos históricos más amplios y sus consecuencias históricas, incluida la construcción del Estado, la expansión del capital y los proyectos conexos como la dominación colonial? ¿Cómo estructuran su acogida las jerarquías morales construidas en torno a las relaciones sociales de raza, género, clase y religión, preexistentes a la llegada de las y los exiliados a los Estados?
El espectáculo de la acogida y la construcción del Estado
Como he argumentado en otra parte (Cantat 2015), la persona refugiada como categoría y figura se moldea y fabrica de forma que promueva los objetivos de los Estados. No quiero decir que estos marcos formales determinen completamente cómo responden las poblaciones a las llegadas de personas exiliadas. Sin embargo, incluso las iniciativas informales, en busca de alternativas, están estructuradas en parte por los regímenes discursivos y políticos oficiales: el espacio social en el que se desarrollan estas respuestas sigue estando moldeado por las estructuras de poder dominantes.
Para profundizar en la reflexión sobre los paralelismos y contrastes entre las respuestas al desplazamiento ucraniano y las aportadas a otros episodios de movilidad forzada, propongo volver a episodios de desplazamiento anteriores, con el fin de evaluar cómo se construyó históricamente la figura de la persona refugiada. Esta historización nos ayudará a comprender las diferencias y similitudes que caracterizan los mecanismos de interpelación de los diferentes grupos por parte de los Estados, tanto a lo largo del tiempo como entre categorías.
En el período contemporáneo, un ejemplo clásico de cómo la categoría de refugiado fue moldeada por los marcos estatales se puede encontrar en la propia Convención de Ginebra. Presentada como un texto con validez universal, destinado a proteger a las personas que huyen de la persecución, la definición de persona refugiada que la Convención (re)produce es, de hecho, una figura muy específica: la de una persona que huye de la URSS, en el contexto de la Guerra Fría, con el objetivo de incorporarse al Occidente capitalista.
Los criterios restrictivos establecidos en la Convención sobre la determinación del estatuto de refugiado se muestran constantemente inadecuados para proporcionar una protección adecuada a las personas que huyen de diversas situaciones de violencia. En primer lugar, por supuesto, aquellas que huyen de la violencia y la devastación económicas, consideradas fuera del ámbito del asilo. Pero también, quienes huyen de diferentes persecuciones políticas y sociales que no se corresponden con la visión del mundo subyacente a la Convención.
Como señaló Philip Marfleet (2007), ni los historiadores ni los especialistas en personas refugiadas han mostrado un interés particular en los desplazamientos forzados del pasado. Sin embargo, volver a esta historia nos permite ver que los episodios de exilio siempre han dado lugar a presiones y discursos estatales, que inspiraban hospitalidad u hostilidad hacia diferentes grupos. Además, ni la hospitalidad ni el rechazo son situaciones homogéneas. Los Estados a menudo están dispuestos a recibir personas refugiadas sin acogerles realmente, por ejemplo, permitiéndoles integrarse en el mercados laboral, al tiempo que fomentan los discursos excluyentes o negándoles un estatus y una protección jurídica real. Los discursos que rodean a las diferentes poblaciones desplazadas se construyen en la encrucijada de los regímenes de jerarquías sociales que estructuran las arquitecturas biopolíticas de los Estados anfitriones, es decir, sus regímenes de raza/género/clase (etc.), y las consideraciones geopolíticas e interestatales que les animan en una coyuntura específica.
La historia del exilio hugonote en los siglos XVI y XVII es un ejemplo llamativo. La huida de 200.000 hugonotes a Ginebra, Holanda e Inglaterra, por temor a la persecución por parte de las autoridades católicas absolutistas francesas de la época, es a menudo considerada como uno de los primeros episodios de asilo en la historia contemporánea, no porque las y los hugonotes fueran los primeros en huir de un territorio debido a la violencia, sino porque fueron expulsados de Francia en el marco de la construcción del Estado y de la definición de los límites de su comunidad.
Del mismo modo, fueron recibidos por otros Estados, que se definían en contra de este proyecto y utilizaban a la población hugonote para marcar su propia identidad. Está admitido que la palabra refugiado entró en la lengua vernácula por primera vez en el curso de este episodio. Los Estados emergentes en Inglaterra y los Países Bajos abrieron sus puertas a estos refugiados y refugiadas, de medios comerciantes relativamente ricos, especialmente por medio de la trata de esclavos, y espectacularizaron su actitud de acogida como prueba de su apego al liberalismo y la libertad religiosa.
Esta proyección de una identidad estatal de pluralismo y tolerancia fue en realidad uno de los mecanismos clave en su oposición al estado absolutista francés. En Inglaterra, mientras que las fuentes históricas muestran una hostilidad popular generalizada hacia las personas hugonotes, el Estado desplegó una verdadera campaña de simpatía por las y los recién llegados, explicando a la población que dar la bienvenida a las y los hugonotes era una cuestión de orgullo nacional y de defensa de sus valores.
El discurso de fraternidad hacia las y los hugonotes se formuló, por supuesto, en términos de proximidad religiosa. Pero estas categorías de pertenencia no son fijas. Son insuficientes para entender las diferentes formas de acogida: la racialización, la legitimación y la diferenciación son en realidad procesos dinámicos y contingentes que evolucionan con el tiempo y de acuerdo con las circunstancias políticas.
En efecto, 50 años después, las y los Palatinos, otro grupo de protestantes que huían de Alemania, buscaron refugio en Inglaterra. Viniendo de un Estado oficialmente aliado y protestante, fueron recibidos con gran hostilidad. Muchos de fueron colocados en lo que se considera los primeros campos de refugiados en la Inglaterra contemporánea, a lo largo del Támesis, antes de ser reasentados por la fuerza en Irlanda y la América británica. En esa época surgió en Inglaterra un debate político altamente polarizado, con argumentos similares a los que escuchamos hoy sobre los méritos de la migración y la (im)posibilidad de integración.
Lo anterior demuestra que no hay nada nuevo o específico en el trato desigual de los diferentes grupos desplazados. También confirma que la empatía selectiva nos enseña muy poco, tal vez incluso nada, sobre los grupos como tales, sus circunstancias, necesidades o características: sería engañoso tratar de identificar las razones de este tratamiento diferenciado en unas cualidades específicas, a menudo imaginadas, de las y los individuos. Lo que está en juego, en realidad, en la relación entre las autoridades estatales y las personas desplazadas son varias formas de producción del Estado y de práctica política.
Nicholas de Genova (2013) ha utilizado la noción de "espectáculo de la frontera" para examinar la puesta en escena en la frontera de la exclusión de grupos considerados indeseables, permitiendo así al Estado mostrarse como el protector de un público nacional cuyos contornos están definidos por ese dispositivo. Esto ya nos ha enseñado mucho sobre cómo se produce la tríada nación/Estado/ciudadano-ciudadana en relación con el desplazamiento, el exilio y las fronteras.
Se pueden extraer observaciones similares de la presentación como espectáculo de la acogida y de la hospitalidad por parte de las autoridades estatales. Las preguntas que debemos hacernos para entender la empatía selectiva no son si las personas merecen o no un mejor tratamiento, sino más bien pensar en cómo su inclusión o su rechazo promueve proyectos estatales o interestatales específicos.
Exilio ucraniano e identidad europea
En el caso del desplazamiento ucraniano, los discursos sobre Europa, la blanquitud y la pertenencia europea han garantizado a las personas el acceso a condiciones de acogida dignas. En este contexto, las prácticas populares de recepción también han sido numerosas, diversas y coherentes. Han podido afirmarse en el espacio público, lo que suele ser imposible debido a la creciente criminalización de la solidaridad y la ayuda informal en Europa.
Esta situación, así como la adopción de marcos legales que permiten a las y los ucranianos que huyen de Ucrania (¡pero a ningún otro grupo!) cruzar las fronteras nacionales de la UE y elegir dónde establecerse puede ser aplaudida: no solo es una verdadera política de acogida, sino también, en muchos sentidos, el primer enfoque coherente que la UE haya adoptado nunca en materia de asilo. Esta es una evolución bienvenida en comparación con la respuesta securitaria generalmente reservada para las y los solicitantes de asilo, que no solo es caótica sino también, en muchos casos, mortal.
Sin embargo, ya se pueden identificar graves problemas al examinar cómo se da la bienvenida a las y los ucranianos en Europa. En primer lugar, la activación de los regímenes de protección temporal no ha significado el acceso a regímenes de asilo regulares (y más protectores) para las y los ucranianos. En segundo lugar, en toda Europa, la mayor parte del trabajo de acogida se ha delegado en redes civiles y pequeñas organizaciones. Este es el resultado de décadas de subcontratación neoliberal de responsabilidades públicas a actores privados.
En este contexto particular, y en particular en Europa del Este, esta delegación de responsabilidades del Estado a los actores privados ha conducido a la reactivación de las redes de ayuda formadas en 2015: la flexibilidad y la capacidad de respuesta de estas estructuras, que se reactivan fácilmente a través de las redes sociales, fueron cruciales para la ejecución de las actividades de acogida en las primeras semanas del conflicto. Por excepcional que haya sido, esta acogida popular puede ser insuficiente a largo plazo. Como en todas partes, la capacidad de la sociedad civil para colmar las brechas dejadas por los Estados tiene límites obvios. Vemos que el viento está girando: que las y los voluntarios están cada vez menos dispuestos a dar acogida a las y los exiliados en sus domicilios y que se cansan de las actividades diarias de asistencia. A falta de una respuesta estatal coordinada, la situación solo puede deteriorarse.
Como hemos visto en Grecia, por ejemplo, no hay forma más efectiva de convertir la simpatía popular en hostilidad que dejar que una situación empeore sin que los Estados proporcionen un apoyo adecuado a las y los exiliados y a las comunidades de acogida. Además, es importante hacer hincapié en que, aunque las actividades de asistencia popular no siempre reproducen las categorías utilizadas por los Estados y las instituciones, también se basan en ciertos criterios para implementar su apoyo.
La solidaridad en la práctica es un asunto complicado, que requiere tomar decisiones difíciles en contextos de recursos limitados (Cantat 2018, 2020, 2021). Los dilemas distributivos siempre implican representaciones, tipologías y economías morales, en las que (consciente o inconscientemente) el carácter meritorio de las personas es evaluado por quienes deben decidir a quién ayudar y cómo, en contextos específicos.
En realidad, no hay nada necesariamente más progresista en las formas de ayuda informal en comparación con la de los Estados o el sector humanitario oficial: estas iniciativas siguen sus propios valores políticos y sentido ético, construyen socialidades específicas y responden a determinadas circunstancias. A menudo, cuando no se aclaran las razones que empujan a las personas a "ayudar", por ejemplo, cuando las personas se ven empujadas a la acción por un deseo de "hacer el bien", la ayuda informal puede alimentar relaciones de poder extremadamente desequilibradas y desiguales.
Estas relaciones pueden ser aún más difíciles de desafiar en la medida en que tienen lugar fuera de una relación formalizada en la que los roles están claramente definidos: pueden ir acompañadas de discursos que neutralizan cualquier crítica, ya sea caridad religiosa, reivindicaciones de horizontalidad o solicitudes de gratitud. Incluso cuando están aclaradas las relaciones, es difícil escapar a la combinación y la hibridación en las prácticas de solidaridad: las prácticas políticas progresistas a menudo van de la mano de una voluntad poco reflexiva de "hacer el bien", lo que puede hacer muy vulnerables a las personas que son el objeto de ayuda.
Esta vulnerabilidad es aún más problemática en la medida que se ha llevado a las y los ciudadanos de los países de acogida a ayudar a las personas ucranianas en nombre de imperativos morales, que han reemplazado a las verdaderas políticas públicas. Si ahora se da acogida a las y los ucranianos en nombre de una noción inestable y cambiante de identidad europea, entonces podemos preguntarnos: ¿durante cuánto tiempo seguirán siendo tan blancas y blancos los ucranianos?
La europeidad no es una condición homogénea y estable: la construcción capitalista de la UE ha producido grados y matices de pertenencia europea en la que la Europa del Este todavía se percibe como un poco menos perteneciente, europea y legítima. Esto es cierto incluso para los países que se han convertido en Estados miembros: el ejemplo de la campaña del Brexit es solo otro recordatorio de la continuidad del racismo intraeuropeo.
En el contexto actual de la movilización de la UE contra Rusia, la europeidad de las y los ucranianos está firmemente afirmada, pero también podría moderarse, cuestionarse o sacrificarse si evoluciona la geopolítica. Si este es el caso, la falta de despliegue de un apoyo estatal adecuado y la excesiva dependencia de la asistencia popular se volverán muy problemáticas.
Ya estamos viendo procesos de inclusión diferenciada, con cuestiones sobre el tipo de acceso de las y los ucranianos a las diferentes esferas sociales: por ejemplo, en Hungría los permisos de trabajo no son necesarios para ciertos tipos de trabajo en los que hay escasez de mano de obra, principalmente trabajo manual, en el sector agrícola y de restauración, pero también en informática. De hecho, esto reproduce modelos ya existentes de migración laboral desde Ucrania, en los que se permite a una fuerza laboral ucraniana racializada entrar en el país para atender las necesidades de industrias específicas.
La acogida de las y los ucranianos es ahora útil para las estructuras ideológicas y económicas de la UE. Pero la situación puede cambiar en cualquier momento. Más que nada, la situación requiere que insistamos en la continuación de la acogida y la solidaridad para las y los ucranianos y todas las personas exiliadas, sobre la base de un verdadero internacionalismo popular.