François Chesnais
En esta carta quiero explicar a amigxs y colegas brasileños mi posición sobre la guerra en Ucrania, a saber: que se trata de una agresión unilateral de Rusia. En efecto, recibí el mensaje de un amigo en que podía advertirse la idea de que se trataba de la legítima respuesta a una situación creada por la OTAN. Esta posición “campista” es alentada por el hecho de que cuatro países de América Latina que están en la primera línea de combate contra los Estados Unidos –Cuba, Nicaragua, Bolivia, El Salvador– se abstuvieron al votarse la resolución de la Asamblea General de la ONU que condenaba “la agresión contra Ucrania”. Una docena de países africanos que antiguamente fueron colonias hicieron lo mismo. También la postura favorable a Rusia adoptada por Monthly Review pudo alentarlos a escoger el “campo antiimperialista / antiestadounidense”.
Una profunda hostilidad ante el imperialismo estadounidense alimentada por más de un siglo de historia, y que se remonta a la presidencia de Woodrow Wilson (invasión de Cuba en 1902), compartida por muchos militantes de la izquierda latinoamericana, puede hacer que algunos amigxs y colegas se tornen agnósticxs o incluso tolerantes ante la invasión, en la medida en que están desinformadxs sobre sus objetivos y sean indiferentes frente a los métodos de guerra contra las poblaciones civiles que utiliza el ejército ruso. Pero lo que Putin y sus ministros denominan “operación especial” es una agresión de Rusia con el objetivo de quitar del poder al gobierno Zelenski, eternizar la escisión de la región del Donbás en el Este, avasallar las partes central y norte del país y someter a toda su población.
Reconozco que mi posición está marcada por el hecho de que Rusia es parte constitutiva del marco geopolítico de mi pensamiento, como el todo europeo. Debido a la stalinización de la Internacional Comunista al comienzo de la década de 1930, la influencia internacional del stalinismo sobre la subordinación de los países de Europa del Este y el peso de los partidos comunistas, tanto en Francia como en Italia o España, los revolucionarios estuvieron frente a Partidos Comunistas que asumían las decisiones de política exterior tomadas en la URSS. Tengo el vivo recuerdo de los tanques rusos interviniendo en Budapest en 1956 y, más aún, en Praga en 1968 (documentado por abundante material fotográfico) para deponer a los dirigentes políticos de aquellos países. Es indudable que estos acontecimientos tienen gran influencia en mi enfoque y caracterización de la invasión de Ucrania, al igual que la pertenencia a una tradición política en la que el combate contra el stalinismo y contra el imperialismo marchan a la par.
Relaciones de producción, de propiedad y sistema político en Rusia luego de 1991
Es importante caracterizar a Rusia a nivel económico y político. En su reciente declaración sobre la guerra, Monthly Review esquiva la cuestión adoptando la caracterización de “gran potencia” utilizada en los debates estadounidenses tras la disolución de la URSS. Según los estrategas del Departamento de Estado, se debían movilizar medios extraordinarios
[...] para debilitar la posición geopolítica de Rusia de manera permanente e irrevocable, antes de que ella esté en condiciones de recuperarse y poner en la órbita estratégica de Occidente a todos los Estados que ahora la rodean y que antes eran parte de la Unión Soviética o habían caído bajo su esfera de influencia” (extractos del Plan del Pentágono: “Preventing de Re-Emergence of a New Rival”, New York Times, 8 marzo 1992).
Para que la Alianza Atlántica dirigida por los Estados Unidos dominara Eurasia, era en primer lugar necesario adquirir primacía en lo que Brzezinski llamaba “el agujero negro” que había dejado la desaparición de la Unión Soviética de la escena mundial. Esto significaba tratar de disminuir a Rusia hasta el punto de que no pudiera ya reivindicar el estatus de gran potencia.
Pero decir que Rusia es una gran potencia resulta muy insuficiente. Es una potencia imperialista en razón de sus relaciones de producción y de propiedad internas y de su lugar en el mercado mundial. Después de lo que, por comodidad, llamaremos el proceso de “caída del comunismo”, entre los años que van desde la destrucción del Muro de Berlín en noviembre 1989 a la disolución de la URSS y la renuncia de Gorbachov como Secretario General del PC de la URSS en diciembre de 1991, las relaciones de producción y de propiedad en Rusia pasaron a ser capitalistas, y leyes muy importantes votadas por el régimen de Yeltsin concretaron tal naturaleza. Desde el ángulo de la propiedad de los medios de producción y de los recursos minerales y energéticos, son relaciones signadas por una gran concentración y centralización. Es un rasgo característico del capitalismo contemporáneo, que fue acentuado por las condiciones en que se privatizaron las empresas del Estado en 1995-1997, notables por la extrema corrupción y la formación de la capa de los oligarcas.
A nivel político, el sistema político establecido tras la muerte de Stalin en 1953 y la ejecución de Beria por orden de los otros miembros del Politburó en diciembre del mismo año, el reinado del partido único con rasgos colegiados, donde el Secretario General era primus inter pares, fue reemplazado, después de la renuncia de Gorbachov en 1993, por un régimen constitucional formalmente multipartidario, con elecciones presidenciales y legislativas, en el que Yeltsin fue primer presidente. Después, con el acceso de Putin a la presidencia el 31 de diciembre de 1999 (diez años después de la renuncia de Gorbachov), se asistió a la paulatina instalación de un sistema dictatorial militar-policial de hecho, con una muy fuerte concentración de la toma de decisiones en manos de Putin, sin ningún contrapoder. Una etapa fue la enmienda de la Constitución en 2008, que, a partir de 2012, prolongó el mandato presidencial de cuatro a seis años, renovable una vez. En 2020 varias enmiendas a la Constitución se aprobaron por referéndum con más del 78 % de los votos, una de las cuales ponía en cero el contador del número de mandatos presidenciales, permitiendo a Putin ser elegible durante dos mandatos suplementarios.
Para Putin, razones históricas multiseculares hacen intolerable la independencia de Ucrania
El carácter dictatorial del poder de Putin y lo prolongado del tiempo en que –salvo accidente– lo ejercerá explican los estudios que han intentado esclarecer su visión del mundo y su actual ensañamiento con el pueblo ucraniano. En noviembre de 1989, Putin era coronel de la KGB en Dresde, y la caída del Muro de Berlín representó para él un primer gran traumatismo, según destacan diversos autores. Hubo otro aún más decisivo pero menos comentado, que fue el proceso de disolución de la URSS entre mediados de 1990 y diciembre 1991, con las declaraciones de independencia de varios países y su salida de la Unión. Los tres países bálticos –Letonia, Estonia, Lituania– se declararon independientes, mientras que Ucrania se escindió el 1º diciembre de 1991con un referéndum en el que el 90 % de los electores votaron por la independencia.
A estas independencias se refiere Putin diciendo que la caída de la URSS fue el acontecimiento más grave del siglo XX. El índice de gravedad no es el mismo para todos los casos. Los tres países bálticos habían sido ocupados y anexados recién en 1939. Ucrania, en cambio, fue parte del corazón del Imperio zarista, al igual que Bielorrusia. Antes de que Pedro el Grande promoviera el ascenso de San Petersburgo, el triángulo Moscú, Kiev y Minsk constituía el fundamento de la potencia del Imperio. Es un punto que subraya Putin en las exposiciones y discursos que consagró a definir su visión de las relaciones entre Rusia y Ucrania. Si se le hubiera preguntado, Putin seguramente se habría declarado de acuerdo con el autor de El Gran Tablero Mundial, Brzezinski, según quien “la Rusia sin Ucrania deja de ser un imperio”.
Putin publicó un largo artículo el 12 de julio 2021, después de la primera fase de concentración de tropas y ocho meses antes de la invasión. Destinado a preparar políticamente la invasión en el plano ideológico, no se refiere a la cuestión de la OTAN. Titulado “Unidad histórica entre Rusia y Ucrania”, el artículo fue difundido de inmediato en inglés. Las decisiones que Putin ha tomado y se dispone a poner en práctica tienen su raíz en el largo pasado imperial de Rusia:
Para comprender mejor el presente y mirar hacia el futuro, debemos volvernos hacia la historia. Ciertamente, es imposible abarcar en este artículo todos los desarrollos que ocurrieron desde hace más de mil años. Pero me voy a concentrar en los momentos clave y cruciales que debemos recordar, tanto en Rusia como en Ucrania.Los rusos, los ucranianos y los bielorrusos son todos descendientes de la antigua rus, que era el mayor Estado de Europa. Las tribus eslavas y otras a través del vasto territorio –de Lagoda, Novgorod y Pskov hasta Kiev y Tchernigov– estaban ligadas por una lengua (la que llamamos ahora el viejo ruso), por lazos económicos, el reinado de los príncipes de la dinastía Rurik, y, después del bautismo de la Rus, por la fe ortodoxa. La opción espiritual hecha por San Vladimir, que era simultáneamente Príncipe de Novgorod y Gran Príncipe de Kiev, determina aún más ampliamente nuestra actual afinidad.
El trono de Kiev ocupaba una posición dominante en la antigua Rus. Tal era la costumbre desde fines del siglo IX. El relato de aquellos años pasados ha transmitido a la posteridad las palabras de Oleg el Profeta referentes a Kiev: “Que esta sea la madre de todas las ciudades rusas”. Más tarde, como otros Estados europeos de la época, la antigua Rus debió hacer frente a la declinación de la dominación central y a la fragmentación. Al mismo tiempo, la nobleza y la gente común percibían la Rus como un territorio común, como su patria.
Putin expresa a continuación la magnitud de su desacuerdo con Lenin en cuanto a la creación de la URSS en 1922 como Unión de Estados, vale decir, como Estado federal que reunía naciones que se adherían a ella tras haber ejercido su derecho a la autodeterminación. Escribe:
En 1922, cuando fue creada la URSS, y la República Socialista de Ucrania devino en una de sus fundadoras, un debate muy fuerte entre los dirigentes bolcheviques condujo a la ejecución del plan de Lenin de formar un Estado de unión bajo la forma de una federación de repúblicas iguales. El derecho de las repúblicas de hacer libremente secesión de la Unión fue incluido en el texto de la Declaración sobre la creación de la Unión de las Repúblicas socialistas soviéticas y, posteriormente, en la Constitución de la URSS de 1924. Al hacerlo, los autores plantaron en la fundación de nuestro Estado la bomba retardada más peligrosa, que explotó en el momento en que el mecanismo de seguridad provisto por el papel de primer plano del PCUS desapareció, y el partido mismo se derrumbó desde adentro.Los bolcheviques trataron al pueblo ruso como un material inagotable para sus experimentos sociales. Soñaban con una revolución mundial que aniquilaría los Estados nacionales. Por eso fueron tan generosos al trazar las fronteras y conceder donaciones territoriales. Por supuesto, en el interior de la URSS, las fronteras entre las repúblicas jamás fueron consideradas como fronteras entre Estados; eran nominales en el seno de un solo país que, aunque exhibía todos los atributos de una federación, era muy centralizado, lo que estaba garantizado por el papel de primer plano del PCUS. Pero, en 1991, todos esos territorios y, lo que es más importante, la gente se vieron de un día para el otro en el extranjero, despojados, esta vez efectivamente, de su patria histórica.
Más cerca de nosotros, y desde la óptica chauvinista gran-rusa de Putin, las cosas empeoraron aún más en 1954, cuando Nikita Kruschev ofreció Crimea a Ucrania como reconocimiento de su rol papel en la guerra mundial.
Un pueblo turbulento que continuamente pone en dificultades a sus gobiernos
Putin celebró, por así decirlo, su acceso a la presidencia de la Federación de Rusia en enero de 2000 lanzando la segunda guerra en Chechenia, la completa destrucción de Grozny y la masacre de civiles a muy gran escala; algo a lo que pocos militantes franceses prestó atención. En los casos de Ucrania y Bielorrusia, así como en las antiguas repúblicas soviéticas dispuestas a ser dóciles, estableció alianzas con los hombres políticos surgidos de la burocracia brezhneviana-gorbachoviana en el poder. Se les pedía abstenerse de establecer cualquier tipo de relaciones con la OTAN y reprimir los movimientos sociales, comenzando por aquellos cuyo horizonte era la reaproximación a la Unión Europea. Si fue necesario esperar hasta 2020 para que la población bielorrusa se sublevara en Minsk, Kiev asistió mucho antes a inmensas manifestaciones que tenían como objetivo la independencia efectiva, incluyendo el derecho a decidir las relaciones con la Unión Europea. Primero en 2004, contra los dirigentes sostenidos por Putin, Leonid Koutchma y Viktor Yanukovitch. Después, a una escala infinitamente mayor, durante el invierno 2013-2014, entre el 30 de noviembre y el 8 de diciembre; luego, entre el 18 y el 23 de febrero. Las manifestaciones, compuestas inicialmente sobre todo por estudiantes, comenzaron después de que Yanukovitch anunciara, el 21 noviembre de 2013, que no firmaría el acuerdo de asociación entre Ucrania y la Unión Europea. Los manifestantes protestaron contra la corrupción y las condiciones de vida, pero no se debe ver en esto una especie de “Mayo de 1968”. A los estudiantes se sumaron los partidos de oposición. Las fuerzas políticas ultranacionalistas fueron cada vez más activas. La protesta inicialmente pacífica y proestadounidense pasó a ser violenta a partir de diciembre, y culminó en confrontaciones callejeras armadas en enero. La ocupación de edificios públicos y las batallas callejeras condujeron a la renuncia de Yanukovich. Esto selló el fin del movimiento y abrió la vía a la ocupación de facto, por parte de Rusia, del Donestk y Lugansk en el Donbás en 2014, y a la anexión de Crimea.
Crimea y el Donbás
Putin aprovechó el Maidán y la caída de Yanukovich para poner fin a la unión de Crimea y Ucrania decidida sesenta años antes. Anexó Crimea en marzo de 2014, impulsando la formación de una república autónoma que reclamaba adherirse a la Federación Rusa. Simultáneamente, la minoría ucraniana prorusa se reagrupó al Este en el Donbáss y, con el apoyo de Rusia, proclamó, en el verano de 2014, las dos repúblicas populares de Donestk y Lugansk. Ucrania no las reconoció, de modo que pasaron a ser terreno de una guerra latente. En 2022, su reconocimiento y su integración en la Federación de Rusia fueron presentados por Putin como justificativos de la invasión. Fue denominada “operación militar especial” en el discurso del 24 de febrero, y su objetivo proclamado fue el “de proteger a las personas que han sido víctimas de intimidación y de genocidio a manos del régimen de Kiev desde hace ocho años. Y por esto, lucharemos para la desmilitarización y la desnazificación de Ucrania”. Existe en Ucrania un ala de extrema derecha ultranacionalista, heredera del sector de ucranianos que había saludado al ejército alemán en 1941, pero el calificativo de “neonazis” que utiliza Putin es pura propaganda.
El apoyo a Putin de Monthly Review
El relato de Putin recibió el apoyo vergonzoso de Monthly Review. La revista califica a las manifestaciones de la Plaza Maidán de golpe de Estado realizado con apoyo de fuerzas neonazis:
Yanukovitch había sido amigable con Occidente. Pero, ante las condiciones financieras impuestas por el Fondo Monetario Internacional, su gobierno se volvió hacia Rusia para obtener ayuda financiera, provocando la ira de Occidente. Esto condujo al golpe de Estado de Maidán algunos meses más tarde, con un nuevo dirigente ucraniano escogido por los Estados Unidos. El golpe de Estado fue realizado en parte por las fuerzas neonazis, que tienen raíces históricas en las tropas fascistas ucranianas que ayudaron a la invasión nazi de la Unión Soviética. Hoy en día, estas fuerzas están concentradas en el batallón Azov, ahora parte del ejército ucraniano respaldado por los Estados Unidos.
Monthly Review apoya la anexión de Crimea y hace del apoyo militar ruso a los territorios separatistas del Donbás la legítima respuesta al intento ucraniano de impedirlos:
Después del golpe de Estado, Crimea decidió fusionarse con Rusia a través de un referéndum en el cual el pueblo de Crimea tuvo también la posibilidad de continuar en el marco de Ucrania. La región del Donbás, en gran parte rusoparlante, en el este del país, se separó por su parte de Ucrania, en respuesta a la represión violenta contra los rusos étnicos que había sido desencadenada por el nuevo gobierno de derecha. [...] Lugansk y Donestk recibieron el respaldo militar de Rusia, en tanto que Ucrania (Kiev) ha recibido un respaldo militar cada vez más importante, emprendiendo así el proceso a más largo término de integración de Ucrania en la OTAN. En la guerra de Ucrania contra la población rusoparlante de las repúblicas separatistas del Donbás, unas 14.000 personas fueron asesinadas y 2,5 millones desplazadas, la mayoría de las cuales se refugió en Rusia. El conflicto inicial finalizó con la firma, en 2014-2015, de los acuerdos de Minsk por parte de Francia, Alemania, Rusia y Ucrania, aprobados por el Consejo de Seguridad de la ONU. Según estos acuerdos, Donestk y Lugansk deberían recibir el derecho a la autonomía gubernamental, permaneciendo en Ucrania. Sin embargo, el conflicto militar se mantuvo y finalmente volvió a intensificarse.
Y se llega a febrero-marzo 2022, cuando Monthly Review acusa al gobierno ucraniano de haber “roto los acuerdos de Minsk” y no ve problema alguno en que la incorporación de Lugansk y Donestk sea puesta por Putin entre los objetivos que justificarían, junto a la caza a los “neonazis”, “la operación especial”.
¿Adónde va Putin?
El objetivo de esta carta es explicar las causas de la guerra y no prever su desenlace. Me limitaré a su curso en las seis primeras semanas. Recordemos antes que la renuncia de Yanukovitch fue seguida por la elección de Petro Porochenko en 2014 y, luego, de Zelenski en 2019. El primero había continuado la política conciliadora de su predecesor en tanto la guerra en el Donbás lo permitió, pero Zelenski es un nacionalista convencido, orientado hacia la Unión Europea. Existe un abismo entre él y Putin. Todo lo que Zelenski hace atiza el odio de Putin hacia los ucranianos. También está la cuestión del timing. No está claro por qué en marzo-abril de 2021 comenzó la movilización masiva de tropas en las fronteras con Ucrania y se lanzó la invasión en febrero de 2022. Las formas de guerra utilizadas en la invasión fueron las experimentadas en Siria en 2016-2017. No hubo ningún cambio notable de la OTAN en las relaciones con Ucrania establecidas en Maidán. Las razones del timing deben sin duda buscarse en la necesidad, por parte de Putin, de encontrar, en el marco de los cambios geopolíticos mundiales, un campo de acción política y militar que recordara a los Estados Unidos y a China que Rusia es una gran potencia al igual, o casi, que ellos. Pero fracasó. Mostró que su fuerza es muy inferior a la de ellos.
La invasión del 24 de febrero estuvo marcada por decisiones estratégicas basadas en errores de apreciación muy importantes sobre las capacidades de resistencia de los ucranianos, que a su vez revelaron el real estado del ejército ruso en los planos operacional y material. Putin, creyéndose fuerte por su desprecio hacia los ucranianos en general y a su presidente Zelenski en particular, y alentado por las informaciones y consejos que recibía de su círculo íntimo, apostó a una guerra-relámpago, un “paseo militar” con una entrada rápida en Kiev y la expulsión de Zelenski por asesinato o fuga. La resistencia encarnizada del ejército ucraniano y el comienzo de acciones de la población contra los tanques rusos decidieron otra cosa. A partir de entonces, la maquinaria militar se trabó: hundimiento parcial de las líneas de abastecimiento de combustibles y víveres, parálisis en el desplazamiento de tropas y, de manera retroactiva y acumulativa, crecientes pérdidas de personas y de materiales; en particular, tanques.
Desde que la superioridad del ejército ruso sobre el ejército ucraniano reveló ser menos importante de lo previsto y mayor la resistencia de la población, el Estado Mayor ruso pasó a la guerra contra los civiles y al bombardeo de ciudades; muy pequeñas, como las que rodean a Kiev, o grandes, como Mariúpol, situada sobre el mar de Azov a 100 km al sur de Donestk, que tuvo una suerte análoga a la de Grozny en 2000. Cuanto más se sumerja en la guerra, más tendrá que perder Putin. Pero tratar de explicarlo requiere otro trabajo.