Antonio Maestre
El pacifismo es una decisión pura, justa y correcta que no siempre puedes permitirte; una idea esencial de la justicia social que solo es posible cuando otro más fuerte no decide que ya has vivido demasiado tiempo con la inocencia de su presencia
El 19 de julio de 1936 la izquierda española tuvo la oportunidad de evitar miles de muertes y de sufrimiento. Solo tenía que haberse rendido. La culpa de que hubiera tantas muertes y de que la guerra se alargara fue de aquellos republicanos que decidieron resistir y no sucumbir ante el golpe de Estado fascista. Una asonada que hubiera sido incruenta sin la existencia de irresponsables como el general de la Guardia Civil Sebastián Pozas, que dio la orden a toda la guarnición de Madrid de mantenerse leal a la democracia republicana y que, nombrado ministro de Gobernación por José Giral, mandó armar a los civiles creando las milicias que tomaron el Cuartel de la Montaña. Qué tremenda irresponsabilidad la del General Pozas, que pudiendo rendirse provocó que lo que no hubiera pasado más que como un golpe de mando fascista acabara en una larga Guerra Civil que duró tres años. Tenía la paz al alcance de su mano, solo tenía que rendirse, que claudicar, y la paz habría llegado. Pero como el padre dijo a su hijo en “Las bicicletas son para el verano”, no hubiera llegado la paz, habría llegado la victoria. Como llegó tres años después con miles de muertos. Menos mal que Pozas eligió la dignidad y no caer en esa retórica privilegiada de quien tutela a los que se ven obligados por la violencia a ejercer la legítima defensa.
El pacifismo es una decisión pura, justa y correcta que no siempre puedes permitirte. Un ideal utópico, una aspiración vital. Una idea esencial de la justicia social que solo es posible cuando otro más fuerte no decide que ya has vivido demasiado tiempo con la inocencia de su presencia. El pacifismo es como la vida, la disfrutas mientras la naturaleza te lo permite. No puedes clamarle a la muerte por seguir viviendo, ella decide por ti. El pacifismo es una idea que se concreta en política en tiempos de paz para evitar la guerra, pero que cuando un actor externo o agente agresivo decide que la guerra sea se convierte en cobardía o colaboracionismo con el agresor. El pacifismo solo es posible en tiempos de guerra como acto de resistencia cuando formas parte del agente agresor. Unas dinámicas de lógica deductiva tan sencillas parecen haberse olvidado por quienes no son capaces de adaptar su criterio, raciocinio y profundidad de las ideas a las nuevas construcciones de la historia que el presente nos ofrece.
El filósofo marxista Éttiene Balibar lo expresaba con una simplicidad deslumbrante la situación en la que nos encontramos pero que hay quien se resiste a comprender: “Tengo mucho miedo a la escalada militar, incluida la nuclear. Es aterrador y, obviamente, no está fuera de lugar. Pero el pacifismo no es una opción. El imperativo inmediato es ayudar a los ucranianos a resistir. No repitamos la 'no intervención'”. Pierre Dardot y Cristian Laval hablan de un concepto certero para definir a toda esa izquierda contestataria que tiene problemas para adaptar la realidad a sus prejuicios e ideas prefijadas: “antimperialismo unidireccional”. Una izquierda estúpida, con capacidad solo para vivir imponiendo su razón sectaria con discursos que buscan la aceptación de los propios sin plantearse contradicciones ni adaptar su discurso a la realidad que conforma la historia del futuro. Un enrocamiento en encontrar ese enemigo identificable durante años, que es la OTAN, y que sirve para enmascarar al que hoy, ahora, en Europa, está provocando el sufrimiento y llega del este. No hace falta defender la OTAN para condenar el salvajismo Rusia, de hecho blindan a los atlantistas todos aquellos que cuando tienen que condenar sin paliativos la violencia de Putin miran hacia occidente buscando una excusa para mirar a otro lado. Nunca saldremos de una organización belicista al servicio de EEUU y con una hoja de servicios manchada de sangre con enemigos empeñados en mantener viva a la OTAN para justificar su propia existencia. Pero con un aviso para no caer en la desesperanza, siempre hay quien resiste a la necedad: “Afortunadamente, en el siglo pasado siempre hubo movimientos e intelectuales que supieron resistirse a la estupidez política y salvaron el honor de la izquierda denunciando a todos los enemigos de la democracia y las libertades, sin ninguna ”relativización de las responsabilidades“. De este modo, dentro del movimiento revolucionario, las corrientes trotskistas y libertarias, y muchos otros movimientos como Socialisme ou Barbarie, han mantenido con valentía el doble frente anticapitalista y antiestalinista”.
Ante esos análisis condescendientes con el sufrimiento del pueblo ucraniano, desde el privilegio que otorga la paz, aparece la pluma de Taras Bilous, un historiador marxista ucraniano, que este primero de mayo posaba en su perfil de redes sociales vestido de militar y con un arma entre las manos y que antes de eso escribió un artículo sacando los colores a la izquierda occidental para sacudirla de una posición acomodaticia que solo es comprensible sin escuchar las sirenas de los bombardeos. No había que armar a Ucrania porque no iba a aguantar, no había que armar a Ucrania porque era alargar la agonía y contribuir a la carnicería, había que negociar, aunque el agresor no quisiera, argumentos que negaban que la única posibilidad de éxito era promoviendo la rendición del país invadido. Pero llegó la epifanía, porque aquellos argumentos desleales con la justicia ahora son defendidos desde foros que hace solo 100 días eran de los más belicistas. La paz mediante la rendición ya se desliza en Davos, los mismos postulados defendidos con vehemencia los primeros días de la invasión por buena parte de la izquierda occidental ahora son compartidos por Henry Kissinger, lo que no deja claro a quien pone en peor lugar. Uno de los mayores criminales políticas de la edad moderna dejó claro a Ucrania que la guerra tendría que acabar con Ucrania cediendo territorio. Con Ucrania claudicando. Unos pedían que no comenzara la resistencia, otros la piden después de haber armado el conflicto. Todos piensan en su interés y nadie en el de un país soberano con ganas de resistir la invasión imperialista.
Ya no pido a la izquierda ningún horizonte transformador, basta con que sepa identificar a los monstruos de su tiempo para que en cincuenta años la historia no nos pinte la cara. Hubiera sido deseable que el criminal de nuestro tiempo hubiera sido uno identificable con símbolos antagonistas del pasado para que no hubiera costado tanto ubicarse, pero la realidad no se adecua a los marcos pretéritos que nos ayudan a situarnos en el mundo. Putin ha decidido convertirse en el antagonista de la justicia y el bien común, así que lo mínimo que hay que hacer para mantener el pabellón de la izquierda enhiesto es aprender a despojarse de los ropajes antiguos y adecuarse a los nuevos mostrando humildad y sencillez y arroparse con la humanidad como hizo Ivo Andric poniendo su mano sobre la mano tallada en una lápida de los sefarditas sarajevitas exterminados: “Pienso en una defensa común que la humanidad, si quiere merecer este nombre, debe organizar contra todos los crímenes internacionales para erigir así un dique seguro y desquitarse de todos los asesinos de personas y pueblos”.