Daria Saburova
Para parte de la izquierda el poder responsable, en última instancia, de todas las guerras, es Estados Unidos y la OTAN. Desconociendo procesos particulares del espacio postsoviético, alimentan análisis geopolíticos que pasan por alto el derecho a la autodefensa. Detrás de ciertos saludos pacifistas, hay una invitación más o menos abierta a la rendición.
No soy una especialista, en el sentido académico del término, ni en relaciones ruso-ucranianas, ni en cuestiones geopolíticas. Estoy escribiendo una tesis en filosofía. Pero nací en Kiev, donde viví durante 20 años antes de llegar a Francia. Mi familia se encuentra actualmente en Ucrania. Mi madre abandonó Kiev el 28 de febrero psado, pero muchos amigos y familiares de amigos permanecen aún en la capital ucraniana, ya sea porque tienen a cargo personas ancianas y enfermas, o porque decidieron defender su ciudad y ayudar a quienes se quedaron allí. Otros amigos ya escaparon y están tramitando pedidos de asilo en Polonia, Alemania o Francia. Desde el primer día de la invasión, he seguido sobre todo la información local, a través de los medios de comunicación ucranianos y diferentes canales de Telegram, o directamente a través de los testimonios de mis familiares. Es una de las razones por las cuales decidí escribir este texto, para hablar de la magnitud de la destrucción, las condiciones de vida y de supervivencia de las personas que se encuentran actualmente en el lugar, y las redes de solidaridad y resistencia en las cuales se involucra masivamente la población ucraniana.
Tras el fracaso de la guerra relámpago, el ejército ruso intensificó los bombardeos en los centros urbanos, especialmente en Járkov, Mariupol y Kiev, sin dejar a salvo los barrios residenciales y la infraestructura civil como las escuelas y los hospitales. Lo que sucede se parece cada vez más a una guerra punitiva. Las imágenes de los suburbios del noroeste de Kiev pueden dar fe de ello: Irpín, Borodyanka, Bucha, Gostomel, así como varios pueblos situados a lo largo de la ruta Kiev-Zhitomir ya están semidestruidos. En esos suburbios donde los combates continúan, la población carece de electricidad, calefacción y red de telefonía desde los primeros días de la guerra. Deben pasar varios días seguidos en sótanos fríos y húmedos, que no están preparados para protegerse de los misiles tipo Grad o Iskander utilizados por el ejército ruso. La situación es absolutamente dramática. Ni la Cruz Roja se arriesga a ingresar en los territorios donde está instalado y circula el equipamiento militar ruso.
A pesar de los acuerdos sobre los «corredores humanitarios», el alto el fuego es apenas respetado por el ejército ruso. Los militares disparan con frecuencia contra los automóviles de civiles que tratan de escapar de estas zonas de combate. El 6 de marzo fue asesinada en Irpín una familia que se dirigía a pie hacia uno de los autobuses de evacuación. Por el momento, el medio más seguro para abandonar la capital sigue siendo el tren que sale de la estación central. Ahora bien, esta última también fue dañada por una explosión que se produjo frente a la estación el miércoles 2 de marzo. Circular por la ruta en automóvil se ha vuelto cada vez más peligroso, y la gasolina escasea: los soldados rusos ya destruyeron varios depósitos de petróleo, especialmente en la región de Kiev, y actualmente se da prioridad a las necesidades del ejército. Por ahora, los trenes de evacuación circulan con regularidad, pero están repletos y las personas se amontonan de a cuatro en los asientos individuales, e incluso se ven obligadas a viajar paradas o sentadas en el piso durante más de 10 horas. En la estación de Lviv, donde los refugiados esperan los trenes que se dirigen a Polonia, la situación se vuelve cada vez más tensa. Viniendo por la carretera, debe esperarse hasta 24 horas para cruzar la frontera polaca.
Pero es en la sitiada Mariupol -una ciudad rusoparlante situada en el sur de la región administrativa de Donetsk- donde la hipocresía de la «operación especial» destinada a liberar estos territorios del yugo de los «nazis de Kiev» se revela en su extrema brutalidad. Esta urbe, que posee actualmente 360.000 habitantes, sufre bombardeos masivos que ya causaron al menos 1.500 víctimas civiles, que comienzan a ser enterradas en fosas comunes. Los habitantes de la ciudad están completamente aislados de todos los medios de comunicación, sin agua, electricidad ni calefacción. La ayuda humanitaria no puede llegar hasta allí y los corredores humanitarios siguen siendo inseguros. Un canal de Telegram comenzó a hacer un listado de las personas vivas, para que las familias y los amigos puedan tener información sobre sus parientes con los que no pueden contactarse desde hace nueve días.
Pero si Kiev, Járkov, Mariupol y otras ciudades resisten al ejército ruso aun cuando este posea una clarísima ventaja militar, es porque, frente a esta invasión, se interpuso una vasta movilización popular que supera ampliamente los aparatos estatales, incluso en las ciudades rusoparlantes que deberían, según la lógica, tanto de Putin como de cierta izquierda occidental, recibir con los brazos abiertos al ejército de liberación. Esta movilización adquiere múltiples formas: en Energodar y en otras ciudades, gente desarmada sale a formar cadenas humanas para impedir el avance de los tanques rusos; en las ciudades ya ocupadas, como Jersón y Melitópol, se produjeron grandes manifestaciones para protestar contra el ejército invasor. En otras ciudades, los grupos de defensa territorial y los grupos de solidaridad autoorganizados garantizan la seguridad y el abastecimiento de la población. Según las palabras de una amiga que permanece en Kiev, todo el mundo participa de una manera u otra en los movimientos de solidaridad a través de los miles de canales de Telegram especializados: se trata de organizar puntos de distribución y la entrega de alimentos, medicamentos u otros productos de primera necesidad, especialmente a las personas aisladas y a los más frágiles; encontrar u ofrecer alojamiento; solicitar o indicar la disponibilidad de lugares en los automóviles para evacuar a las personas a Ucrania Occidental. Cada ciudad propone una lista de sitios (iglesias, gimnasios, restaurantes) que pueden recibir gratuitamente a refugiados y personas en tránsito. El canal de Telegram «Ayuda para partir» tiene actualmente 94.000 miembros, incluyendo conductores y pasajeros. Todas estas iniciativas son horizontales y no dependen del Estado: síntoma a la vez de la quiebra del Estado ucraniano, tomado por sorpresa por una guerra de semejante magnitud, pero también del impulso de solidaridad y resistencia del pueblo ucraniano frente al invasor.
En esta situación, me sorprendió realmente la persistente incapacidad de buena parte de nuestros compañeros en Francia y otras partes para superar una visión del mundo donde el poder responsable, en última instancia, de todas las guerras, es Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Es la razón por la cual muchos análisis sobre la situación en Ucrania, sorprendentemente, buscan remontarse a las «causas profundas» bastante lejanas, histórica y geográficamente. Un enfoque geopolítico semejante oculta en parte el desconocimiento de los procesos políticos y sociales del espacio postsoviético, alimentando especialmente la idea según la cual, en el fondo, todos los gobiernos oligárquicos de esta parte del mundo son iguales, cualquiera sea el grado de represión que ejerzan sobre su propia población y la población de Estados vecinos. Es en nombre de esta visión reduccionista de las realidades complejas que prácticamente se invita a los ucranianos a rendirse, ya sea directamente, o -de manera más indirecta y bajo el pretexto de un antimilitarismo revolucionario- oponiéndose a toda ayuda militar a Ucrania provista por países miembros de la OTAN. Enviando a los ucranianos un saludo internacionalista, se sugiere así que deberían aceptar la ocupación militar y un gobierno impuesto por Putin.
Por supuesto, desde la invasión, pocos compañeros se permiten negar que se trata de una agresión militar alimentada por las pretensiones imperialistas de Rusia. Pero las posiciones campistas siguen siendo sin embargo legibles en diferentes tomas de posición a través del orden en el cual se presentan los argumentos (sí, la inaceptable agresión a Ucrania por parte de Rusia, «pero por otro lado» el asedio a Rusia por parte de la OTAN...), que siguen sosteniendo la imagen de Rusia como una potencia imperialista subalterna y esencialmente reactiva. Hace varios días en Francia, en el anuncio en Facebook de la manifestación «por la paz» organizada por los jóvenes del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) al margen de la gran manifestación de apoyo al pueblo ucraniano que se realizaba en la Plaza de la República, podía leerse que la invasión militar a Ucrania por parte de Rusia era una reacción de Rusia a la política agresiva de la OTAN. Podía leerse que los organizadores apoyan a aquellos que «tanto en Ucrania como en Rusia luchan contra la guerra». Ahora bien, los ucranianos no luchan contra la guerra: están, a su pesar, en guerra contra Rusia. ¿Es esto pues otra cosa que una invitación a rendirse?
Cuando estalló la guerra, dada la aplastante superioridad de las fuerzas rusas, yo misma esperaba que Kiev fuese ocupada en 48 horas, para que al menos el precio a pagar por una derrota segura fuera el menor posible. Pero quedé asombrada, y creo que todos quedamos asombrados por la resistencia del ejército y la población ucraniana. Es importante que los compañeros comprendan que actualmente esta no incumbe solo a los neonazis, ni siquiera al Estado capitalista ucraniano, ni a los Estados imperialistas occidentales. Mis amigos y amigas anarquistas, socialistas y feministas participan en grupos de solidaridad, organizan colectas para el ejército ucraniano, se movilizan en grupos de defensa territorial. La población en su conjunto parece muy decidida a defender el simple derecho a vivir en paz en su país, país donde manifestarse y expresar públicamente posiciones divergentes se volvió quizás más complicado estos últimos años, pero no imposible, como sucede en Rusia.
Ciertamente, no hay que cerrar los ojos a las oscuras perspectivas de todos los posibles desenlaces de esta guerra. Como ucraniana, rusoparlante y marxista, observaba con preocupación la evolución política de mi país desde 2014, desde el desmantelamiento de las estatuas de Lenin y las leyes de descomunización hasta la proliferación de los grupos paramilitares de extrema derecha y la guerra en el Donbas. La guerra de Putin en Ucrania corre el riesgo de acentuar fuertemente estas tendencias y sentimientos antirrusos en todas las esferas de la vida. Todas las guerras, todos los movimientos de la llamada «liberación nacional» conllevan riesgos semejantes. Prevenir el avance de un nacionalismo imbécil que busca eliminar el multilingüismo y la herencia soviética en Ucrania, dificultando el desarrollo en este país de los movimientos anticapitalista, feminista y ecologista, será la tarea que tiene por delante la izquierda ucraniana e internacional. Pero en este momento, debemos expresar una total solidaridad con la resistencia ucraniana contra los invasores. La solidaridad con Ucrania es al mismo tiempo una solidaridad con las voces que, en Rusia, se elevan cada vez más fuerte contra la guerra y contra el gobierno. Al mismo tiempo que la represión, se intensificarán las fracturas políticas y sociales en Rusia. El poder quiere ocultarle a su población las imágenes de los bombardeos a los barrios civiles de Kiev, Járkov y Mariupol, pero ¿cuánto tiempo podrá hacerlo? Cualquiera sea el desenlace de esta guerra, estoy cada vez más convencida de que Ucrania será el fin de Putin.
Desde luego, con esta invasión, la izquierda occidental se ve enfrentada a serios dilemas. Solo abordaré aquí dos de ellos: ¿cómo apoyar a la resistencia ucraniana -y ello implica, a mi modo de ver inevitablemente, el apoyo a la provisión de armas y otros equipamientos al ejército ucraniano, dada la incomparable superioridad del ejército ruso- denunciando de manera general la industria armamentista y el anunciado aumento de los presupuestos militares? ¿Cómo apoyar a los refugiados ucranianos y alegrarse del impulso de la sociedad civil al respecto, recordando el tratamiento infligido desde hace décadas a los refugiados no blancos que huyen de conflictos que no afectan directamente al continente europeo, sin caer en una postura que consiste, desde la posición de un militante occidental, en señalar con el dedo al «refugiado privilegiado»?
Entre los argumentos mencionados por la izquierda para oponerse a la provisión de armas, se encuentran tres grandes categorías. La primera, al parecer, refiere a la preocupación por limitar el conflicto a Ucrania. La izquierda, al igual que la derecha, tiene miedo de incitar a Rusia a extender el conflicto, reconociendo sin decirlo que Occidente podría legítimamente sacrificar Ucrania para preservar la paz en el «mundo civilizado». A pesar de las grandes declaraciones de apoyo, Estados Unidos se mantiene muy prudente en esta cuestión, rechazando no solo la concesión de la No fly zone, que implicaría que los aviones de la coalición occidental derriben aviones rusos, sino también la provisión de aviones de combate solicitados por el gobierno ucraniano. En efecto, parece más que prudente hacer una clara distinción entre la implicación directa de los países de la OTAN en la guerra contra Rusia y el suministro de armas defensivas al ejército ucraniano. Del lado del invasor, Bielorrusia ya participa abiertamente en la guerra en Ucrania, sin que ello incite a Occidente a cruzar la línea roja. Pero también debe tenerse en cuenta el hecho de que toda intervención de Occidente, incluso bajo la forma de sanciones económicas, que Putin ya ha calificado como «declaración de guerra», podría servir de pretexto para una ampliación del conflicto, si esa fuera su intención.
El segundo argumento consiste en oponer la solución diplomática a la solución militar, un discurso por la paz al discurso belicista. Olvidan al parecer que el proceso de negociaciones con las fuerzas de ocupación depende actualmente, en gran medida, de las relaciones de fuerza en el terreno militar. Por otra parte, el desconocimiento de los objetivos en torno a Crimea y Donbas, y de las circunstancias históricas reales en las cuales las poblaciones locales debieron expresar su derecho a la autodeterminación -lo que implica una injerencia activa de Rusia a través de la ocupación en Crimea o la campaña de desinformación sobre las supuestas intenciones del «gobierno nazi» de Kiev de exterminar a las poblaciones rusoparlante en Donbas, por no hablar del carácter poco transparente de los referéndos- hace que las condiciones bajo las cuales Rusia dice estar dispuesta a sentarse seriamente a la mesa de las negociaciones se vuelvan aceptables a los ojos de algunos compañeros. Mientras Rusia se niegue a retirar sus tropas, la protección de las poblaciones civiles dependerá también, ante todo, de la capacidad defensiva del ejército ucraniano.
Finalmente, surge el temor respecto de los destinatarios de la ayuda militar occidental, teniendo en cuenta la existencia de Azov, una brigada de extrema derecha, en el seno del ejército ucraniano. Su armamento genera con justa razón serias preocupaciones. Pero significa también reducir la resistencia de todo un pueblo a su franja más minoritaria, compuesta por unos miles de combatientes, y negarse a ver que la sociedad ucraniana es una sociedad tan compleja como cualquier otra, en la que se entretejen identidades sociales, culturales y políticas heterogéneas. Cuando se habla del armamento de la resistencia ucraniana, debe pensarse ante todo en las necesidades de los grupos de defensa territorial surgidos de la movilización general, así como en la necesidad de protección de las poblaciones civiles con armas que permitan derribar cohetes y repeler los ataques aéreos de los que son blanco. En síntesis, una posición antimilitarista abstracta debe dejar lugar a un movimiento concreto por la paz en Ucrania, que tenga en cuenta tanto las necesidades militares como las no militares de la resistencia a la invasión. Cuanto más dure y más se fortalezca, más posibilidades de éxito tiene el movimiento por la paz tanto en Rusia como en el extranjero.
Respecto de la cuestión de los refugiados, los compañeros señalan con justa razón la hipocresía y los dobles estándares racistas de Europa, de los cuales la frontera polaca, donde miles de personas sufrieron tratos inhumanos hace apenas unos meses, se vuelve hoy uno de los símbolos flagrantes. Contrariamente a nuestros adversarios que buscan discriminar entre buenos y malos refugiados, se trata para nosotros de reafirmar nuestro apoyo a todas las resistencias y a todas las víctimas de las potencias imperialistas, basándose en el precedente ucraniano para exigir que la apertura de las fronteras y la «protección temporal» se vuelvan norma para todas las personas que buscan asilo en los países europeos, cualquiera sea su nacionalidad, su color de piel o la proximidad del conflicto con respecto a las fronteras europeas. Y habrá además que asegurarse de que, en lo que atañe a los propios ucranianos, las grandes declaraciones no se vuelvan, al cabo de unas semanas, simples fórmulas vacías, y que las ayudas prometidas permitan instalaciones duraderas en condiciones dignas.