El viernes 24 de febrero de 2023 marcará el primer aniversario de la invasión de Ucrania por el ejército ruso por orden de Putin y su régimen. Un año de sufrimiento indescriptible y de derramamiento de sangre para el pueblo ucraniano. Decenas de miles de personas han muerto y millones de civiles han tenido que refugiarse en el extranjero o en zonas del país alejadas de los frentes de combate. Las tropas rusas han cometido innumerables crímenes de guerra, y la muerte y destrucción infligidas a Ucrania entran dentro de la definición de genocidio aprobada por Naciones Unidas.
La invasión del 24 de febrero de 2022 no tenía justificación alguna. Rusia no corría peligro de ser atacada desde Ucrania ni era objeto de una amenaza inminente a su seguridad por parte de la OTAN. La finalidad de la invasión consistía en convertir el país vecino en un satélite leal de Moscú y apropiarse de los recursos minerales y agrícolas de Ucrania. Es una aventura imperialista que en nada se diferencia de las realizadas por el imperialismo occidental, como las guerras coloniales del siglo XIX. Putin quiere que Ucrania vuelva a ser una colonia, como lo fue bajo el zarismo. El presidente ruso ha justificado la guerra afirmando que era preciso desnazificar el país y que en todo caso la población ucraniana no constituye un pueblo diferenciado con su propia lengua e historia.
El pueblo ucraniano se ha negado con razón a ser una víctima pasiva de esta guerra de agresión y se resiste activa y masivamente a los invasores. Entiende que libra una guerra de liberación nacional y por su independencia. Es una resistencia del todo legítima que las gentes internacionalistas y revolucionarias debemos apoyar incondicionalmente. El apoyo a su resistencia militar frente a la invasión, al igual que en el caso de otras guerras similares desencadenadas por el imperialismo, es independiente de la naturaleza del gobierno ucraniano.
Aunque el gobierno de Zelenski es burgués y neoliberal, no es un régimen nacionalista de extrema derecha o neofascista como el que impera en Rusia. No obstante, debemos criticar al gobierno de Zelenski por haber abrazado el neoliberalismo, atacar los derechos laborales y tratar de ingresar en la Unión Europea y la OTAN. Hemos de apoyar a la izquierda ucraniana y al movimiento obrero de este país en su oposición a las reformas neoliberales de Zelenski, y participar en sus debates sobre la reconstrucción en la posguerra sobre la base de la justicia social, climática y económica. Asimismo, debemos llamar a nuestros gobiernos a que cancelen y no solo aplacen la deuda exterior de Ucrania.
Quien se declare internacionalista y anticapitalista debe solidarizarse con la resistencia (inclusive armada) del pueblo de Ucrania contra la invasión y la destrucción de su país. Esto implica el apoyo al derecho de Ucrania de obtener todos los equipos militares necesarios de donde sea posible, incluida la OTAN, para liberar su país. El suministro de armas debe realizarse sin condiciones y sin ilusiones en la OTAN y Occidente, que pueden utilizar dicho suministro para controlar el alcance y la duración de la guerra y forzar a Ucrania a someterse a un acuerdo de paz inaceptable. Ni Rusia ni el imperialismo occidental deben decidir el futuro de Ucrania en sustitución de su población.
La OTAN y el imperialismo occidental respaldan a Ucrania en función de sus propios intereses geopolíticos, de modo que no no debemos hacernos ilusiones de que la OTAN y el imperialismo occidental sean fuerzas que defienden la democracia. También respaldan a países como Israel y Arabia Saudí, que no son democráticos y a su vez libran guerras contra sus vecinos más débiles.
Como la mayoría de las guerras, la de Ucrania presenta diversas facetas. La principal es la de una guerra de liberación nacional, aunque también se trata, indirectamente, de una guerra por delegación entre el imperialismo occidental y el ruso. El primero ha intervenido regularmente en luchas por la independencia y liberación a fin de subvertir y limitar los objetivos de la lucha popular. Esto no debería ser un motivo para que las y los internacionalistas dejen de apoyar al pueblo de Ucrania en su resistencia contra la ocupación, la destrucción y la anexión de su país. Esto implica practicar la solidaridad política y material, en particular con organizaciones de izquierda, feministas y sindicales ucranianas.
El pueblo de Ucrania no fue quien inició la guerra y no tiene otra opción que luchar en el terreno militar contra el ataque del ejército ruso. Desea la paz desesperadamente a fin de acabar con la destrucción y las muertes. Ucrania presentó en diciembre un plan de paz de diez puntos, que incluye la liberación de todas las personas prisioneras y deportadas; el restablecimiento de la integridad territorial de Ucrania; la retirada de las tropas rusas; y el cese de hostilidades.
Sin embargo, la respuesta de Serguéi Lávrov, el ministro de Asuntos Exteriores de Putin, fue un ultimátum amenazador: “El enemigo conoce muy bien nuestras propuestas de desmilitarización y desnazificación de los territorios controlados por el régimen, el cese de las amenazas a la seguridad de Rusia que emanan de allí, incluidas nuestras nuevas posesiones… La cuestión es simple: debéis aceptarlas por vuestro propio bien. De lo contrario, el conflicto será decidido por el ejército ruso.” Las intenciones de Rusia están claras: seguir con la guerra para anexionarse el conjunto de Ucrania.
Aunque todas las guerras acaban con un pacto negociado, es ilusorio pensar que un alto el fuego ahora sería respetado por Putin, que retiraría sus tropas a las posiciones que ocupaban el 23 de febrero de 2022 y que aceptaría respetar la integridad territorial de Ucrania. Mientras el pueblo de Ucrania desee luchar y sea capaz de hacerlo por la liberación de su país y se muestre satisfecho con un acuerdo de paz, hay que apoyarle. Un llamamiento en este momento a entablar negociaciones de paz sin exigir al mismo tiempo una retirada inmediata de las tropas rusas equivale a llamar a la población ucraniana a aceptar la anexión de una parte o de la totalidad de su país. Le deniega cualquier papel que debería desempeñar en la crisis en cuyo centro se halla y deja de apoyar su derecho a determinar el futuro de su país.
La situación, por supuesto, es muy peligrosa para la paz mundial. Existe el riesgo de que la guerra por delegación escale a un choque directo entre el imperialismo ruso y el occidental. La OTAN ha aprovechado la invasión rusa para dotarse de un nuevo propósito. Tras el fracaso de la guerra librada durante 20 años contra el terrorismo islamista, ahora se presenta como defensora de la democracia liberal y de las naciones pequeñas. Ha aprovechado la oportunidad para admitir a nuevos miembros y lograr un incremento de los presupuestos militares de los países miembros.
Pero la OTAN no es una fuerza favorable a la democracia. Es el ala militar del imperialismo occidental, que actúa o al menos amenaza con actuar cuando su ala económica (por ejemplo, el FMI, el Banco Mundial y el Banco Central Europeo) no consiguen defender sus intereses geopolíticos frente a potencias imperialistas rivales que amenazan su posición como bloque dominante a escala mundial. Cuando las y los internacionalistas apoyan el derecho del pueblo ucraniano a resistirse a la invasión rusa en el terreno militar y obtener armas de los países miembros de la OTAN, no están apoyando a esta última. En el pasado ha habido muchos movimientos de liberación nacional que pidieron armas a los países imperialistas sin ser condenados por la izquierda socialista: Irlanda en 1917, la República española en 1936, la resistencia comunista en la segunda guerra mundial, por nombrar unos pocos.
El cinismo del imperialismo occidental cuando afirma que apoya la resistencia frente a una invasión injusta de un país pequeño puede calibrarse por su entusiasmo en su defensa de un tribunal de crímenes de guerra. No cabe ninguna duda de que las tropas rusas han cometido crímenes de guerra y probablemente también un genocidio. Habría que crear un tribunal que juzgara los crímenes de guerra, pero no olvidemos que el imperialismo occidental también cometió crímenes de guerra cuando la OTAN invadió Afganistán en 2001, afirmando que era una necesidad para combatir el terrorismo y como parte de un choque de civilizaciones. También cometió crímenes de guerra cuando Blair y Bush invadieron ilegalmente Irak en 2003 con el argumento espurio de que allí había armas de destrucción masiva que suponían una amenaza inminente. Pero Blair y Bush no han sido juzgados.
Un año después de la invasión brutal y no provocada se está organizando una semana de acción contra la agresión rusa y de solidaridad con Ucrania. La gente socialista e internacionalista debe manifestar su apoyo al derecho de Ucrania a oponerse a la invasión por parte de Rusia. Si no dejamos claro que estamos del lado del pueblo de Ucrania, las únicas voces que se escucharán en el país serán las de los imperialistas occidentales, no las de las gentes socialistas e internacionalistas. No podemos dejar que esto ocurra.